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Palma a la vista

Los habitantes del muro

En una céntrica calle ha saltado una versión risueña y un tanto valleinclanesca de una gárgola. En la ciudad abundan piedras del miedo

Un ser barbado y un tanto alucinado con tanto cable eléctrico.

En la Edad Media, las catedrales se sirvieron de las gárgolas para desaguar aunque la función práctica no fue el único aliciente para decorar las iglesias con un bestiario que aún hoy, y según le incida la luz, da tembleque. Miedo, esa era la función que debían cumplir estas estatuas que representaban seres del Averno, con la finalidad de mantener dócil a la sociedad.

En Palma, la estatuaria del terror está concentrada en la Catedral, la Lonja y en Santa Eulàlia, básicamente. En la Seu están los expulsados del Paraíso, seres con la mirada perdida, con bocas que parecen fauces, zoomorfos de tinieblas. En la Lonja también abunda la piedra del terror como en Santa Eulàlia. Existen más ejemplos en otras iglesias de Palma. Cabría la posibilidad de hacer la ruta del miedo a través de las piedras equilibristas porque su lugar en el mundo está en los voladizos.

Cuando a Miquel Barceló le propusieron intervenir en la Catedral, su idea inicial era la de incluir una serie de gárgolas, veinte, que representasen ese submundo que él llenaría de seres con cabeza de pez, personas híbridas, resueltas a hacer de la oscuridad un lugar de luz.

La interpretación libre de estos seres de piedra ha saltado del muro de las iglesias cristianas y se ha colocado en lo alto de una calle, muy cerca de donde está la cartela o rótulo de la misma, y a dos pasos de la Seu y de la parroquia de Santa Eulàlia. El monstruo anda cerca.

Es una cabeza de un ser barbado, con anteojos de pasta gruesa y un pelo pegado al cuero como si se hubiera puesto brillantina. Está fumándose un canuto, o eso parece; y sobre su cabeza, un libro abierto, en el que un pájaro rojo o color siena, se apoya. Parece un personaje de Ramón del Valle-Inclán, aquellos poetas de guirigay de Luces de bohemia.

Bajo él, lianas de cables eléctricos porque Palma es una ciudad llena de tendido de alto voltaje. El día menos pensado, explotamos.

No muy lejos, otra cabeza de terracota recorre uno de los muros de una calle cercana al convento de Santa Clara. A diferencia del ser barbado de Arco de la Almudaina, ésta parece de los mundos de Yupi. Su ingenuidad, su gesto infantil, no tiene nada gargouillé, palabra de la que al parecer derivaría el nombre gárgola. El horror se aleja del convento de las monjas de voto de silencio.

Los grifos o gárgolas contemporáneas no tienen afán terrorífico ni ejemplarizante. En una sociedad que se desayuna café con la última violación de un serial killer o el último feminicidio en cualquier lugar del mundo, una gárgola da poco menos que risa a estos nuevos fieles de otros credos, de otras estéticas.

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