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Crónica de Antaño

Sa Capelleta del bosque de Bellver

La capillita dedicada a San Alonso fue bendecida por Magín Vidal. B. Ramon

A pesar de que el bochorno inducía a quedarse en el convento, ese día el hermano Alonso Rodríguez decidió acompañar al padre Matías Borrassà hasta el castillo de Bellver. En la fortaleza les esperaba el alcaide, Pedro de Pacs, junto a sus cuatro hijas. Éste, al haberse quedado viudo, había decidido llevarlas al castillo bajo su tutela y la de su hermana Juana de Pacs. Allí, esta familia recibía a los jesuitas que subían a menudo para confesar y celebrar misa en la capilla real de San Marcos.

Llevaban un buen trecho recorrido el padre Matías y el hermano Alonso. Ya quedaba poco. Mientras subían por la ladera de Bellver el calor era sofocante, y el pobre Alonso, debilitado por las muchas penitencias a las que se solía someter, empezó a sentirse cansado. El padre Borrassà, sin darse cuenta, ensimismado rezando el rosario, lo fue dejando atrás. Rezagado, Alonso, notaba como le flaqueaban las piernas y como el sudor le empapaba todo el rostro.

Fue entonces cuando surgió el milagro. De repente la Virgen María se le apareció. El humilde portero, obnubilado, se quedó boquiabierto observándola, mientras que ella le secaba el sudor de la frente con un pañuelo. La aparición solo duró unos instantes, pero fue suficiente para que el hermano Alonso se sintiese refrescado y con las fuerzas renovadas; por lo que pudo finalizar ligero el trayecto hasta el castillo.

Esta escena sucedió hacia el año 1573, aunque fue revelada muchos años después, en 1621, cuando ya hacía cuatro que el hermano Alonso Rodríguez había muerto en olor de santidad. Y la historia pudo ser conocida gracias al desvelo de una testigo, Práxedes de Pacs, una de las hijas del alcaide de Bellver que estuvo con él aquel día.

Desde los inicios del largo proceso de beatificación de san Alonso Rodríguez, esta "aparición" se hizo muy popular entre los palmesanos y palmesanas, los cuales no tardaron en organizar romerías hasta la ladera del bosque de Bellver con la intención de encomendarse a la Virgen y al santo jesuita.

Por lo menos desde el siglo XVIII hubo algún pequeño monumento en el lugar de la aparición, monumento que Melchor Gaspar de Jovellanos (retenido en Palma de 1801 a 1808) todavía pudo contemplar, aunque ya muy decrépito: "En memoria de este prodigio [la aparición] se erigió aquí un pequeño monumento, que aún existía entero a nuestra llegada. Es un pedestal de piedra grosera, en cuyo frente oriental, que mira a la ciudad, se veía embebido un cuadrito de azulejos, que representaba el suceso. Pero el azulejo desapareció, ya casi del todo destruido, sin duda a pedradas, por los borrachos que frecuentemente pasan a par de él. Entre tanto muchas personas piadosas reparan con su devoción esta irreverencia, pues de cuando en cuando se les ve venir en derechura de la ciudad o destacarse del paseo, sin otro objeto que el de rezar a san Alonso o al Santo, que así le apellidan".

En el programa de fiestas que se organizó en 1825, a raíz de la beatificación de san Alonso Rodríguez, no se encuentra ninguna actividad que tuviese que ver con ir hasta el monumento del bosque de Bellver. Sin embargo, José de Oleza sospechaba que, precisamente a raíz de la beatificación del jesuita, el modesto recordatorio del bosque de Bellver fue arreglado. Esta restauración debió consistir en adecentar el murete, colocar un nuevo azulejo con la escena del milagro y rematar el conjunto con una piedra, a manera de frontispicio, blasonada con el emblema jesuítico: "IHS". En la parte inferior del murete se colocó una inscripción en latín en la que se explicaba la escena milagrosa.

En todo caso, cuando a finales del verano de 1860, la reina Isabel II visitó el bosque y castillo de Bellver se interesó por el monumento y "manifestó su extrañeza de que tal hecho no tuviera una conmemoración más digna". A pesar de la observación de la monarca, se tuvo que esperar varios años para ver algún intento de adecentar el lugar. En 1879 los padres jesuitas intentaron animar a los fieles a construir un pequeño oratorio. Por ello el 31 de agosto de ese año "se bendijo la primera piedra de la capillita del monte de Bellver", pero el intento no obtuvo el resultado necesario para llevar a cabo las obras. En cambio, en 1884 tuvo lugar un nuevo episodio que daría el impulso definitivo, esta vez sí, para construir la capilla.

Ese año, un grupo de familiares y amigos encabezados por Enrique de España, habían organizado una novena. Se salía a pie, de madrugada, hacia el bosque de Bellver, hasta llegar al pequeño monumento de san Alonso Rodríguez. Una de las mañanas en las que este grupo de familiares y amigos se dirigían a Bellver, al pasar por la calle de Sant Matgí "notaron junto al zaguán de una de sus casas, un guardia municipal y al preguntarle el motivo de su presencia, les manifestó que en aquella casa se había declarado un caso de cólera morbo". Pasmado aquel grupo piadoso, enseguida fue a encomendarse al santo con el fin "de librar a la isla de tan terrible enfermedad". Y ese mismo día, en la ladera de Bellver, en aquel bello paraje en medio del bosque, decidieron hacer realidad el anhelo de construir una capilla dedicada a la Virgen y a san Alonso. Enrique de España y sus hermanas, Dionisia y María Ignacia, Francisco y Fernando Cotoner, Dionisia Truyols, María Le-Senne y el canónigo penitenciario, Magín Vidal, formaron una comisión con el fin de solicitar las licencias necesarias para erigir un pequeño oratorio. Al mismo tiempo, esa misma comisión se preocupó en conseguir los fondos necesarios para financiar la obra, los cuales se consiguieron, básicamente, a partir de modestas subscripciones particulares.

Un año después, el 9 de julio de 1885, la capilla (Sa Capelleta sería denominada popularmente) fue bendecida por el citado Magín Vidal, el cual fue asistido por Lorenzo Despuig. En su interior, al lado del evangelio se conservó„y se conserva„el antiguo y sencillo monumento. En sus paredes se pusieron pinturas del hermano jesuita Sebastián Gallés. Fue muy comentado entre los asistentes al acto, el regalo que había hecho el duque de Pastrana, yerno del general Vives, por lo visto dos candeleros y unas sacras "de un gran valor económico y artístico". Curiosamente, ese mismo año, se canonizó a san Alonso Rodríguez.

Los jóvenes de El Terreno solían subir hasta allí por las tardes. Lo dejó escrito Lluís Fàbregas: "Nosotros, chicos y chicas, solíamos ir a pasear, yéndonos en comparsa hasta sa Capelleta de San Alonso". En la plazuela delante del oratorio, los jóvenes iban a cortejar. Por ello Fàbregas se preguntaba en voz alta: "Quisiera saber, cuantos amoríos forjó el buenazo beato San Alonso". Me imagino que se lo preguntaba por todas las bodas a las que asistió el propio cronista terrenero en Sa Capelleta, fruto de aquellos encuentros.

(*) Cronista oficial de Palma

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