­La multiculturalidad ha marcado desde hace ocho siglos la evolución de Mallorca y, por tanto, la de Palma. Esa fue la tesis que defendió ayer la antropóloga Jacqueline Waldren en su pregón de la Festa de l´Estendard 2014, titulado "Mallorquins: ahir, avui i demà", que leyó íntegramente en un perfecto catalán.

Waldren (Los Ángeles, EE. UU., 1937), doctora por la Universidad de Oxford, afirmó que "hoy Palma, la ciudad de los sueños del Rei en Jaume, es un mundo urbano, internacional, móvil y cosmopolita". Unas 60 personas -en su mayoría políticos y amigos de la pregonera- asistieron al salón de sesiones de Cort para escuchar sus reflexiones sobre de dónde viene y adónde va la sociedad mallorquina.

"El aumento del nivel de vida y la inmigración masiva de forasteros y extranjeros han sido los elementos que han propiciado grandes cambios sociales en las islas, que en muy poco tiempo han pasado de ser una sociedad cerrada y jerarquizada a vivir plenamente como una sociedad de consumo liberada de los antiguos formalismos", explicó la académica.

Uno de los ejemplos que citó fueron las noches locas del Terreno -las de los antiguos "jóvenes picadors"- que ahora se han convertido en las noches locas de Punta Ballena. "Las zonas turísticas sirven a las masas, y los mallorquines se han acostumbrado a los turistas sin camisa y a sus comportamientos insólitos. Algunos visitantes buscarán la cultura en forma de monumentos, folclore, museos y galerías de arte, pero la mayoría solo quiere sol, mar, sexo y sangría", afirmó Waldren.

Con el tiempo, la isla se ha convertido en un crisol de culturas, un punto de encuentro entre ricos y pobres, entre diferentes etnias, nacionalidades y religiones. "Digamos que hay muchos tipos de residentes, pero todos tienen una cosa en común: comparten el amor por esta bella isla de la calma", agregó la investigadora.

Waldren puso en valor la Palma oculta, más allá de la Seu y los atractivos turísticos. "Hasta ahora se ha puesto casi todo el acento en el patrimonio histórico, y no tanto en los valores que forman el patrimonio cultural de Palma. La restauración de edificios y monumentos de la ciudad antigua ha sido muy exitosa, aunque también ha evidenciado la gran diferencia entre ricos y pobres", indicó.

La pregonera estadounidense también recordó cómo conoció en Mallorca a su difunto esposo, el arqueólogo William Waldren y descubridor del Myotragus balearicus: "Yo no escogí Mallorca. Mallorca me escogió a mí en 1959, a una californiana de 21 años de vacaciones a la isla. Aquí, en Deià, conocí al hombre que sería mi marido". Desde entonces, en sus veranos en la isla, aprendió las costumbres mallorquinas. Desde cocinar con carbón a lavar la ropa en el safareig, pasando por recolectar olivas y almendras. "Mis vecinos mallorquines a menudo me recordaban que los turistas y los residentes extranjeros podíamos marcharnos si no estábamos satisfechos con la vida en las islas, pero que los mallorquines se iban a quedar aquí pasara lo que pasara".

Por último, Waldren defendió la integración -también la lingüística, de la que dio buen ejemplo- en este melting pot cultural. "Cuando los extranjeros han visto y entendido las formas austeras y cautelosas que rigen las relaciones de los mallorquines y han querido convivir con la comunidad local, han sido capaces de apreciar la cálida hospitalidad isleña. Unámonos para respetar nuestro entorno. Seamos capaces de compartir alegrías y tristezas, y de tener una historia viva y una larga y pacífica coexistencia en vez de un mundo conflictivo. [...] Muchos extranjeros que viven aquí desde hace tres generaciones sienten que Mallorca es su casa. No nos sentimos turistas: ¡vivimos aquí!".