La radial es la única máquina que, de momento, se ha acercado al Lluís Sitjar. El chirrío de metal contra metal anunció el fin de una época para el mallorquinismo. Los trabajos previos al derribo del estadio rojillo comenzaron ayer a las 9 de la mañana. Un herrero cortó la cerradura de la antigua puerta de prensa, situada en la plaza de Barcelona. Este portal -que hasta ayer permaneció tapiado- dio acceso a la media docena de técnicos que, armados con cascos blancos y documentación, evaluaron el estado de una infraestructura ruinosa.

Más de una hora y media después, el herrero abandonó el estadio paraguas en mano. Los responsables de la demolición y los técnicos del Ayuntamiento siguieron dentro del antiguo Fortí, acompañados por un grupo de aficionados que quiso dar un último adiós al campo de fútbol de su infancia.

"Hemos revisado las partes más sensibles y hemos decidido cuáles son las prioridades del derribo", explicaba un aparejador que formaba parte de la comitiva. ¿Por dónde comenzarán a tirar el Lluís Sitjar? La duda la resolvía el jefe de Protección de Cort, Miquel Amengual. Será la grada descubierta la primera que acabe por los suelos.

La maquinaria pesada accederá al recinto por la calle de Andreu Torrens, donde antes estaba el desguace de automóviles. Pero eso será dentro de un mes. Antes los operarios tendrán que retirar los asientos, el mobiliario abandonado y las toneladas de chatarra y basura que se ha acumulado durante los más de 7 años de dejadez. Luego una cizalla gigante seccionará las paredes, que se irán triturando para retirarlas en forma de escombros.

Desde que el Mallorca B dejara de jugar allí a mediados de 2007, el Lluís Sitjar se ha ido degradando hasta convertirse en un nido de ratas. Durante los años de abandono y pasividad, el estadio ha sido el hogar para indigentes y okupas, el refugio de adolescentes que hacían pellas e incluso el lugar de crímenes como robos y violaciones.

Mientras que entre los aficionados se vieron sentimientos de dolor, entre los vecinos hubo una alegría inmensa. "¡Ya era hora!", exclamaba Catalina Sanchís. Esta residente del Fortí dijo estar "harta de las ratas y de ver el estadio hecho una porquería". En la misma línea se manifestó Pedro Bonnín, que reconoció tener "miedo por si un día se derrumbaba y había un accidente".

El Lluís Sitjar se ha ido degradando hasta convertirse en un nido de ratas. JUAN CARLOS BALLESTER

El presidente de la Associació de Veïns Es Fortí, Salvador Maimó, aseguró que el derribo de Lluís Sitjar "llega tarde, pero llega". Maimó explica que algunos vecinos evitaban pasar bajo el escudo del Mallorca -en la calle de Ramon Picó i Campamar- por temor a que un día se desplomara el recinto.

"Cuando lo derriben, nos gustaría que una parte del solar sea zona verde y en la otra hagan equipamientos socioculturales y deportivos. Muchos otros barrios tienen pequeños polideportivos cerca, pero nosotros tenemos que ir hasta Son Moix. Lo que no nos gustaría es que pasara lo mismo que con el canódromo, que ahora está lleno de malas hierbas", agregó el presidente vecinal.

El concejal de Urbanismo, Jesús Valls (PP), aseguró el martes que el futuro de los 25.200 metros cuadrados del Lluís Sitjar pasa por esas mismas instalaciones: zona verde y recinto deportivo. Pero como del dicho al hecho hay un trecho, habrá que esperar a próximas legislaturas para que se resuelva el misterio y los vecinos del Fortí confirmen si tendrán un lugar para practicar deporte o si el actual nido de degradación se reconvertirá a un nuevo nido de degradación en forma de solar.

De momento, lo único seguro es la demolición. El portavoz del Ayuntamiento, Julio Martínez (PP), insistió ayer en que el coste de las obras de derribo lo asumirán los 427 copropietarios del Lluís Sitjar, a razón de 1.870 euros por cada título de propiedad. Martínez detalló que, una vez terminado el derribo, Cort enviará la factura a los dueños del estadio.