Cuando se escucha a Pedro Antonio Arbona Pizá es fácil imaginar una ciudad donde comerciantes y clientes se conocían por el nombre, donde la escala era del tamaño de un hola y un adiós. En Sindicat la vía era estrecha hasta la ampliación que permitió el paso del tranvía. En la popular calle se emplazó la mercería La Veneciana. En la Guerra Civil cayó una bomba en la parte del local que daba a la calle Ballester, y tiró abajo el edificio. “Quedó el local más pequeño, y de ahí se trasladó el propietario. Se apellidaba Aguiló. Un hijo suyo trabajó con mi padre, que tenía un almacén de tejidos; hoy está la actual La Veneciana. Yo trabajaba con mi padre. En un momento dado vi que mucho género que nosotros teníamos y ellos no era solicitado. Llegamos a un acuerdo para dar fuerza la mercería. En 1953 nos trasladamos a Sindicat como tienda de confección”, relata Arbona Pizá.

A finales de noviembre aquel local que llegó a vender “más de cien pantalones de señora en un día” echará el cierre. Medio siglo en activo. Ahora, Pere Antoni, el hijo que le releva, siempre de acuerdo con el padre, ha desistido de continuar. “El pequeño comercio ha cambiado mucho. Las franquicias se lo comen todo. Hoy los clientes se dejan aconsejar más por la tele que por las personas”, opina. A finales de este mes de noviembre cerrarán. Ahora están en liquidación.

No debe cundir el pánico porque la mercería, la casa madre de La Veneciana, continuará en Ample de la Mercè.

Cuenta Pedro Antonio Arbona que al hacerse con el negocio en Sindicat mantuvo el nombre “por tradición”. En la calle había cinco negocios del mismo ramo: Casa Garau, La Invencible, La Azuzena, La Filadora y el suyo. “Las personas sabían perfectamente dónde estábamos, y cuando querían hacerle ver a alguien que no sabía nada de la ciudad exclamaban, ¡no sabes ni dónde está La Veneciana!”.

Diez años después de convertirse en tienda de confección de señora, hizo una reforma en los escaparates al dictado de la época. En la línea de La Primavera. “Aquí llegamos a tener cinco dependientas, incluso abrimos un taller que aumentaba la producción que venía de proveedores de Cataluña, Galicia y Madrid.

“Nuestras clientas se han mantenido, pero se han hecho mayores, y sus hijas van a comprar a grandes almacenes. Antes de la llegada de El Corte Inglés funcionaba mucho la calle Sindicat, sobre todo por el mercado de los sábados, cuando ir de compras a la ciudad era un aliciente para los payeses que venían a Palma”, cuenta Arbona Pizá.

Su hijo Pere Antoni estudió Empresariales y decidió que sería quien cuidaría del negocio familiar. “Desde los 18 años compaginé estudios y trabajo en la tienda. Tener un negocio significa pasarte la vida en él”, comenta con resignación. El padre sabe bien de lo que está hablando el hijo. Él no dejó de ir al comercio ni después de jubilado, “pero estoy detrás, no cara al público, porque ¿quién quiere ver a un viejo despachándole?”.

Cuenta que “en una ocasión fue a la tienda la infanta Elena de Borbón”. Al parecer la actriz Sara Montiel era clienta asidua. “Venía con sus gafas oscuras, muy poco maquillada. No quería que la reconocieran”, piensa el propietario de La Veneciana. A una semana de echar el cierre.