Las ciudades las hacemos los de a pie algo que se nos olvida frecuentemente en las sociedades contemporáneas, acostumbradas como están, a que la iniciativa sea del otro. Esperar a que desde arriba diseñen nuestra manera de hacer urbe es un acto de claudicación preocupante. Afortunadamente hay quien se revuelve ante la trampa y el cartón.

Las calles, plazas, los pasquines, los rótulos, los anuncios, los letreros, la carga caligráfica, la metralla icónica muestran elocuentes signos de esperanza en la ciudadanía. Se ve mucho, y es lógico que así sea, en el mundo de la cultura que de los museos se ha vuelto a la calle, del escaparate de una galería se ha pasado al portal de un edificio.

Con pocos medios, los más audaces se atusan el ingenio y echan a andar propuestas que van desde el teatro a la carta, el de bolsillo, el llamado microteatro a los paseos guiados por las esquinas más recónditas de Palma o las aulas de idiomas abiertas y sin matrícula que se hacen en barras de bar, como se cortejaba en otro tiempo, con permiso de Manolo García que las llamó "vertederos de amor".

El diseño de croquis de comportamiento hecho desde lo oficial se ha topado que frente a su escuálida presencia, frente a su mata hambre cultural, los de a pie le echan ingenio. Con dos perras gordas. La depauperización de los salarios del mundo y con ello el consecuente genocidio cultural, se saldó con una atonía inicial. El estado de shock fue tan fuerte que dejó a más de uno en la cuneta, preguntándose qué hemos hecho para merecernos esto.

Como Palma es aún ciudad puerta y está abierta al mundo incluso pese a muchos de sus lugareños, hasta aquí se ha llegado Trampa Teatre, el grupo formado por Pere Pau Sancho, Diego Ingold, Lorenzo Pons y Germán Conde. Ellos han dinamizado la escena y han hecho de lugares no habituales a Talía escenografías de teatro de bolsillo. Un acierto. La ciudad les debe un merecido aplauso.

Igual que a los de Cultura a Casa, Tina Codina, y otros, que desde su epicentro, Canamunt, no paran de ofrecer alternativas llenas de miga para suplir lo que ya no llega de la subvención. Convirtieron el dintel de un portal de la zona de plaza d'en Coll en un bacaladero en el que se vendía mucho papel, cuadernos del dr. Ferrer, entre otros.

Si las ciudades están abocadas a ser siamesas las unas de las otras, en una cadena genética alarmante, bien está que los de a pie se dediquen a hacerle trampas al sistema. Palma sigue siendo ciudad de esperanza porque son muchos los que la quieren y se resisten a convertirla en una vulgar ciudad como las demás. Solo que para eso, hay que echar toda la carne en el asador y ser activos. Si bajo los adoquines estaba la playa que dijeron los de mayo del 68, por encima de las nubes esta otra ciudad visible.