Durante el periodo de la Ilustración, una élite de hombres y mujeres, con sus ideales, conocimientos y tesón intentaron elevar a España a los niveles que ya habían alcanzado los estados europeos más destacados. Entre ese grupo de ilustrados, hubo algunos mallorquines. Bartolomé Sureda fue uno de ellos. A pesar de su importancia e influencia en diferentes campos de la intelectualidad sigue siendo un perfecto desconocido para la mayoría de mallorquines.

Bartolomé Sureda Miserol nació en Palma en 1769 en el seno de una familia de carpinteros. Seguramente era pariente de Honorat Miserol, un pintor mallorquín documentado en Roma durante la primera mitad del siglo XVIII. Desde luego, inclinación para las artes tenía, y desde niño pudo demostrar su destreza para el dibujo. A los 16 años, en 1785, Sureda se matriculó por primera vez en la Escuela de Dibujo, instaurada tan solo siete años antes en Palma por la Sociedad Económica Mallorquina de Amigos del País. Esta institución tenía entre sus objetivos difundir las luces de las Ilustración. Por tanto, Sureda pertenece a la primera generación de alumnos formados por la Sociedad Económica.

En aquella época, la Escuela de Dibujo se hallaba a cargo del pintor Juan Muntaner y Cladera (1742-1802), homónimo de la conocida familia de grabadores y pintores, presidente del gremio de escultores y pintores, y cuya iniciativa desembocó en la fundación de la Escuela de Dibujo.

Sureda, que asistía gratuitamente a las clases nocturnas, ya en el primer año ganó dos premios que la Sociedad Económica ofrecía "a los discípulos más hábiles en la clase de los artistas". Las clases impartidas por Muntaner permitieron que el joven Sureda se percatase enseguida de la importancia del grabado que, como dice la historiadora del arte Catalina Cantarellas, fue una de las claves de la educación ilustrada.

Además, no hay que perder de vista que durante sus años de formación, en Mallorca se realizaron varios proyectos en los que participaron los grabadores Muntaner y que, sin duda, impulsaron el interés por esta técnica artística. Entre estas iniciativas destacó el gran mapa de Mallorca, patrocinado por el cardenal Antonio Despuig y grabado por José Muntaner Moner, primo de Juan. En 1792, la Academia de Dibujo tuvo que ser clausurada temporalmente, por lo que Sureda, al igual que otros alumnos, se trasladó a Madrid, matriculándose en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. El hecho de irse a estudiar a Madrid no era insólito, y seguramente fueron antiguos alumnos mallorquines de la Academia de San Fernando que animaron a los jóvenes a marchar -mallorquines de la talla de Cristóbal Vilella o el propio Juan Muntaner habían estudiado allí-. En Madrid, Bartolomé Sureda enseguida llamó la atención del ingeniero Agustín de Betancourt, el cual le incorporó a su equipo de trabajo. Betancourt, protegido del conde de Floridablanca, fue pensionado durante tres años a Inglaterra, llevándose consigo a Sureda. A cambio, este tuvo los gastos de manutención pagados, recibió la mejor formación, al mismo tiempo que le estuvo asegurado el mantenimiento de sus padres en Palma. A partir de ese momento y hasta su jubilación, el mallorquín no encontró descanso, en el sentido que tuvo un estilo de vida bastante nómada, yendo siempre de un sitio a otro. Durante tres años el joven mallorquín acompañó por todo el Reino Unido a Betancourt, tomando notas de todo lo que veía, sobre todo en cuestiones relacionadas con los avances industriales y de ingeniería. Al mismo tiempo estudió los procesos para la fabricación de la loza a la inglesa y también asistió a clases de dibujo y grabado. Se interesó especialmente por la nuevas técnicas de grabado sobre cobre o aguafuertes. Como consecuencia de la paz de San Ildefonso entre Francia y España, Betancourt y Sureda fueron expulsados de Gran Bretaña, por lo que se trasladaron a París. Allí residieron unos meses trabajando junto al relojero Abraham-Louis Bréguet, en el proyecto del telégrafo óptico. Fue en la capital francesa cuando Sureda conoció a la que sería su esposa, Marie-Louise-Josephine Chappron de Saint Amard.

A principios de 1797, Betancourt y él regresan a Madrid. Allí, en la Real Academia de San Fernando enseñó sus nuevos grabados realizados mediante las nuevas técnicas aprendidas en Inglaterra, las cuales no se conocían en España. Goya, tras estar con Sureda aprendiendo la nueva técnica, realizó su conocida serie de los Caprichos. Unos años después el gran retratista aragonés pintó al mallorquín y a su esposa. Los dos magníficos retratos se conservan en la National Gallery of Art de Washington.

En 1799, Betancourt había obtenido la Real Fábrica de Algodones de Ávila, con la intención de modernizarla, mecanizando el proceso de manufacturación de la lana. En 1800, este envió a Sureda a Francia y Gran Bretaña para que estudiase las últimas novedades mecánicas textiles. Desde allí, el mallorquín le envió planos con todo lujo de detalles sobre la estructura y funcionamiento de la nueva maquinaria.

En 1802, mientras pasaba información desde Francia, recibió la propuesta industrial de Nicolás Siquier, un hacendado de Inca -vinculado a la Sociedad Económica Mallorquina- que tenía como proyecto una fábrica de cerámica inglesa, propuesta que Sureda rechazó, pues acababa de ser requerido por la Corona para una nueva misión en París. Concretamente había de descubrir el proceso de fabricación de la porcelana dura, que como dice Cantarellas su "secreto se guardaba celosamente en unas pocas manufacturas europeas y que la Real Fábrica del Buen Retiro llevaba años intentando conocer". El historiador del arte Marià Carbonell sugiere que Sureda recibió el apoyo de dos destacados y poderosos mallorquines de la época: Miguel Cayetano Soler, ministro de Hacienda desde 1798; y Cristóbal Cladera, el cual fue ministro con José Bonaparte. Sea como fuere, en 1803 Bartolomé Sureda fue nombrado director de las Reales Fábricas de Porcelana y Loza del Buen Retiro. Fue entonces cuando se impuso un nuevo estilo, en que la influencia italiana tuvo que dejar paso a la francesa.

Tras el estallido de la Guerra de la Independencia, algunos miembros de la Ilustración tuvieron que exiliarse. Sureda se marchó a París para trasladarse hasta Rusia y reunirse con Betancourt y su equipo -entre los que había dos mallorquines: José Sureda, primo de Bartolomé, y Rafael Bauçà-, pero fue el propio Napoleón Bonaparte, que conocía bien los méritos del mallorquín y no quería perderlo, que le obligó a quedarse en la capital francesa. Así lo hizo. Según informe del embajador de España en Francia, Sureda "lejos de mezclarse en asuntos políticos, y tener comunicación con los empleados del intruso que se hallaban en París, había vivido retirado, manteniéndose con el efecto de la industria, y ocupándose exactísimamente en perfeccionar sus anteriores conocimientos en la maquinaria...".

Sureda no regresó a España, concretamente a Mallorca, hasta la restauración de la monarquía borbónica, en la persona de Fernando VII, en el verano de 1814.

[Continuará en el próximo artículo]