Durante siglos, la manufactura textil fue uno de los sectores productivos más destacados de la menestralía tradicional mallorquina. En este sentido, los estudios realizados por el historiador Miguel Deyà han sido clarificadores. A finales del siglo XVIII todavía se podía contemplar este escenario, en el cual los gremios regulaban todo el proceso productivo. Los talleres solían ser pequeños, de carácter familiar y cuyo grado de tecnificación era prácticamente nulo. A todo ello, habría que añadir la elaboración de productos poco competitivos, por lo que la producción estaba orientada a un mercado de escaso poder adquisitivo. De todas formas se puede afirmar que a finales del dieciocho, la producción textil constituía la actividad manufacturera más importante (casi el 43%), tanto de Palma, como de los principales pueblos de Mallorca. Un aspecto nada desdeñable si tenemos en cuenta que la manufactura constituía el 12% de la renta total generada en Mallorca.

Ahora bien, a pesar de presentar todos estos rasgos propios del Antiguo Régimen, historiadores como Carles Manera o Joan Roca, también advierten que a lo largo del último tercio del dieciocho, se empezaron a detectar una serie de cambios en el paisaje manufacturero textil mallorquín. Parece ser que fue durante ese período que apareció con fuerza la iniciativa del capital mercantil mallorquín. Al hablar de esa "inversión mercantil", se debe pensar, sobre todo, en capital aportado por pequeños comerciantes y marxandos, sin olvidar la labor y el impulso dado por la Sociedad Económica de Amigos del País, institución ´ilustrada´, involucrada en el intento de modernizar la economía insular. Estos sectores "advenedizos" en el campo de la manufactura, empezaron a organizar nuevos canales de producción y distribución de tejidos; todo ello al margen de los talleres tradicionales de Palma, controlados y gestionados por los gremios. Ello fue posible, principalmente, a que dicha actividad se empezó a producir en casas particulares de payeses y de menestrales pobres. De esta manera, los mercaderes articularon una red de producción a tiempo parcial, convirtiéndose, para las familias contratadas, en un trabajo que aportaba unos ingresos complementarios a sus hogares. Además, esta nueva red de talleres domésticos a tiempo parcial, dispersó las tareas manufactureras. Mientras que las familias campesinas se encargaban de realizar las primeras fases del proceso de producción; en los hogares de Palma se elaboraban las fases de acabado, las cuales solían requerir un grado mayor de especialización.

En la década de 1820 la utilización de los tejidos tradicionales „especialmente los de lino„, fueron dejando paso a los de algodón, proveniente de América. Ello significó el inicio de una serie de transformaciones estructurales encaminadas a mejorar, por un lado, la competitividad; mientras que por el otro se trataba de aumentar la producción, dos aspectos incompatibles si al mismo tiempo no se realizaba una fuerte inversión en tecnología. Esta nueva visión de los empresarios mallorquines explica, por ejemplo, que en el año 1847 se inaugurase la factoría Villalonga y Cía, la cual se dedicó a la elaboración mecanizada „gracias a una máquina de vapor de 45 caballos de potencia„, a gran escala de hilados de algodón. Esta fábrica estaba situada en las inmediaciones de la actual calle de Bonaire, una de las pocas zonas de la Palma intramuros que no se había urbanizado. Según afirma Joan Roca, esta empresa, constituida por destacados hombres de negocios de la época se convirtió "en el mayor exponente del sector textil en la Mallorca de aquellos años y posiblemente el mayor referente del proceso industrial isleño antes de la década de 1870".

El proceso fue imparable. En 1856, se pudieron contabilizar una veintena de fábricas en Palma, siendo el subsector algodonero el principal producto textil hasta finales de la década de 1860. Este proceso industrial produjo necesariamente, ya desde las primeras décadas del siglo siglo XIX, un importante éxodo del campo a la ciudad. Fue, sobre todo, a partir de 1830 que jornaleros y menestrales de todos los puntos de la isla se trasladaron a Palma. Pronto, encontrar un hogar en Palma se convirtió en un problema. Sin duda, la normativa militar sobre las "zonas polémicas" que por cuestiones estratégicas impedía construir a menos de un kilómetro de las murallas, provocó el surgimiento de nuevas fábricas y poblaciones en las afueras (Son Sardina, Establiments o Sa Vileta, son algunos ejemplos). El arrabal de Santa Catalina, de origen medieval, fue el único lugar exento de las "zonas polémicas", por lo que se allí sí se pudo urbanizar. Ello explica que a partir de 1870, Santa Catalina conociese un desarrollo industrial sin parangón en otros lugares del municipio, ni de la isla. El establecimiento de la línea del ferrocarril también fue decisiva a la hora de erigir nuevas fábricas y nuevos núcleos de población. Así surgieron, por ejemplo, el Pont d´Inca, los Hostalets o Can Capes.

La situación cambió considerablemente a partir de la crisis del algodón provocada por la Guerra de Secesión de Norteamérica (1861-1865). La Confederación dejó de exportar algodón para presionar al Reino Unido y a Francia, con la intención de obtener de Europa armas y reconocimiento diplomático. De esta manera el precio del algodón se elevó considerablemente y provocó el cierre de no pocas fábricas palmesanas, que conllevó el reordenamiento del sector. Se acaba así uno de los primeros períodos de la industrialización palmesana.