Suelen acercarse a la bodega San Antonio, solo que lo hacen de uno en uno. Hoy Arturo Pomar, Mercedes Calleja, Francisco Juan Obrador y Jaime Manresa comparten mesa. Mariana Muñoz, que regenta la centenaria bodega de la Porta de Sant Antoni, les ha citado para que hablen de una puerta llena de historias. Del "chino".

Pomar, que fue periodista y dibujante en Diario de Mallorca, hoy ya jubilado, nació en La Calatrava pero conoce al dedillo lo que sucedió durante las décadas de los años 50, 60 y 70 entre las calles y callejuelas que rodeaban a la puerta y que en Palma muchos conocían como el "barrio chino". Ha escrito en unas hojillas de cuaderno escolar apuntes valiosos que viajan sesenta años atrás. Se acerca a la mesa uno de sus protagonistas, Francisco Juan Obrador, ex portero del Constancia, nacido en Felanitx pero sobre todo conocido por ser el propietario de Can Maganet, "donde iban los bohemios", apunta como un saludo el periodista. Entre los clientes, un joven Peret que se inició en el artisteo, y donde se acercaba también el personaje Jaumet Magraner, alias ´minuto´.

Mariana le cede una silla a Mercedes Calleja, que fue quien le traspasó la bodega veinte años atrás. "Mi marido y yo, Francisco Paco Monsalve, estuvimos 54 años. Nací en Burgos. La bodega tiene más de 100 años; la abrió, ¡creo recordar!, Tolo Sastre", cuenta.

Le hurta la palabra Francisco Juan, les mira discreto el único nacido en el barrio, Jaime Manresa Ramón. "Era muy alegre. Creo que antes de la plaza Gomila, fue mucho mejor. Podías dejar los negocios abiertos, sin echar la llave. Las señoras que trabajaban aquí eran señoras que tenían ese oficio", señala Francisco. La prostitución tenía nombre y apellidos. Se codeaban con los vecinos. "Recuerdo a la Macarena, era preciosa", y "Amparo, cinturita de avispa", media Mercedes. "O la Chata, la borracha, que era muy buena persona solo que los cuba libres iban por delante", señala el dueño de Can Maganet.

Por su local pasó toda Palma, sin distinción de clases, el up and down alrededor de excelentes comidas que preparaba su mujer Eulàlia Blanch. Francisco recuerda cuando en una sola noche tuvieron que servir 70 kilos de beefsteaks con huevos y patatas para los marines de la US Navy. Ellos pedían y nosotros entendíamos "stenkeigs". Empieza a tararear la coplilla popular: "En el cielo manda Dios y en la tierra, los gitanos, y en la puerta de San Antonio mandan los americanos".

No se puede pasar por alto, ya que están sentados frente a sus huesos, el bar Bibalvo, donde tal y como apuntan Arturo y Francisco, servían en top-less. Detrás estaba Casa Vallés, "allí vi el primer desnudo integral, poco tiempo después de morir Franco", cuenta éste último. Se les ve animosos, enumeran la larga lista de bares que había en la zona, donde como apunta Mercedes, "se venía a tapear desde distintas zonas de Palma".

Convivían historias del llamado "barrio chino", nacido en una red de callejas y arterias creadas en torno al mercadillo semanal de las Avenidas, donde los payeses vendían melones y todo tipo de animales y que luego llevaban a Cas Maonés en la plaza Major, donde "los tratos se cerraban con un apretón de manos", recuerda el periodista Pomar. "Eran otros tiempos. Hoy nadie sabe nada porque todo el mundo va atontado mirando su movil y ni miran la calle que pisan", se lamenta Arturo.

En esa convivencia natural, en la que las "señoras" educaban a los hijos de los dueños de los bares, de las casas de comidas, donde se fiaba porque había confianza y la palabra tenía tanto valor como una firma, se ciñó sobre ellos la sombra negra de la drogadicción. A partir de los años setenta, la degradación se ciñó sobre la Porta de Sant Antoni y fue la excusa perfecta para la remodelación del barrio que llevó a cabo el alcalde Joan Fageda y que nunca fue bien vista por los vecinos. Los derribos de más de 14.000 metros cuadrados que dieron paso a la remodelación de sa Gerreria que se llevarían por delante muchas "historias del chino".

"Hay señores que han ganado mucho dinero", comentan en el corrillo de vecinos. "Nos gustaba más antes, era más familiar; ¿qué es lo que hay hoy de familiar?", se pregunta, casi como un soliloquio, Arturo Pomar.

Repasa sus hojillas de cuaderno, en las que da cuenta del perfil de la Porta de Sant Antoni, cuando existía el bornillo en el centro donde había un quiosco que antendía mestre Joan y su hija, "muy agraciada de cara", o las chucherías que vendía Toni de L´Havana cantando una canción grosera: "Cacauets de l´Havana, qui no compra, no enrevana", recuerda Pomar.

Toda la plaza y la porta estaba llena de bares, casas de comidas, un total de 21 contabilizan entre todos, el bar Can Salat, las Seis Puertas, el París, el café Las Campanas, la bodega Can Meca, el antiguo horno del presidio viejo, el bar Tolo, Cas Inquero, el bar Reynés, el café Vasco o la lechería Ca na Florentina "en la que trabajó el temor Bernardo Martí", apunta Pomar. Mariana y Pepe el gallego sacan pulpo. Regalo de la bodega san Antonio. Dicen que volverán.