La vereda del Molinar es un hartazgo de ruedas. El paseante siempre es el último, el convidado de piedra. Habrá que pensar en cambiar los nombres a los lugares porque si la función nombra, lo del Molinar no es ya dominio de paseantes sino que son los rodados quienes se hacen dueños y señores. A partir de ahora diré que he ido a Rodeo Molinar.

En su lienzo de asfalto, sacudido por el salitre, al caer la tarde rodados y peatones lo sortean cada cual a lo suyo, la mayoría se mueve rápido, son pocos los que se detienen a mirar el mar. Los que lo hacen aprovechan la inflexión de la rosa de los vientos, un monolito en el que tomar aire, sentarse, mirar el horizonte, dejarse ir.

Durante un tiempo ha estada caligrafiada en letras de molde una declaración de amor: "Te quiero, nunca lo olvides". La tinta negra sobre el mosaico de azules y blancos con motivos marinos estaba deslucida por el tiempo. Hoy ya no está.

El amor de quita y pon ha sido restado del lienzo aprovechando que estos días se están reponiendo los pequeños azulejos que componen el mosaico que alfombra la rosa de los vientos.

Ha cumplido su función. Un saludo de amor, una declaración efímera. Justine de Lawrence Durrell, cuando negaba las palabras al amado. El paseo rodado del Molinar puede ser una suerte de Alejandría si uno quiere perderse en una tesela de ese mosaico o en ese buque lejano que parece la sombra de un náufrago. O puede ser también los malecones de la ciudad mediterránea del africano Egipto. Hay una luz arenosa en las tardes de junio que convierten Palma en cualquier rincón de Oriente Medio. Tataranietos de los mismos ancestros.

Solo un pero. Las declaraciones de amor en las ciudades ¿tienen que tener tanto peso? Estos días, se está librando la batalla en París por el Pont de les Arts porque al puente en el que se juntaban la Maga y Horacio en la novela Rayuela, de Julio Cortázar, lo han sobrecargado con los candados del amor. Lo cierto es que la moda resulta una paradoja: el amor encadenado nunca fue buen consejero. Ahora vemos que no solo destruye lo mejor de él sino que arrambla con los puentes. ¡Menuda carga, ni dinamita!

Entre el ´te quiero, nunca lo olvides´ que casi suena un poco amenazante, no me dirán, al atarte con un candado a un puente, media el sueño de volar como la gaviota que corona la rosa de los vientos de Rodeo Molinar. ¡No le demos más vueltas! Di te quiero, pese a Justine.