Las calles nos brindan estímulos de todo tipo. Algunos, tristes o reflexivos. Otros de alegría o de euforia. Uno prefiere aquellos que alimentan secretamente los tejidos del alma. Esos pequeños espectáculos difíciles de encontrar. Que te brindan la necesaria copita de esperanza para seguir adelante.

Una de esas estampas callejeras es mi preferida. Se trata de los establecimientos de restauración de muebles y objetos antiguos. Esos que tienen un pequeño escaparate y las puertas abiertas al exterior.

Causan un poco el mismo efecto que las jugueterías o los anticuarios. Una variedad de objetos sugerentes. Dispuestos de manera ordenada. Que parecen tener vida. Pero mientras los establecimientos dedicados a la venta mantienen a esa objetería inerte, los restauradores la organizan a la espera de ser tratada. En un orden bien diferente.

Ves la cabeza de un santo, un gran cuadro oscurecido por el tiempo, una silla estilo imperio descolorida, una cocina de juguete de hace ahora cincuenta años, un fragmento de retablo medieval...

La heterogenia convierte en parlantes a todos esos elementos. No está exhibidos, catalogados. sino en la prelación natural que les imponen las labores de cuidado. De manera que puedes ver al restaurador o la restauradora prodigando sus cuitas a tanto a una obra de arte como a un mueble doméstico atacado por la carcoma.

Y ahí radica otro de sus secretos: el olor.

En cualquier local comercial, huele a producto nuevo. A plástico recién desprecintado. A paquete por estrenar. Menos los anticuarios, que tienen tanto interés por los olores como por su oferta. Pero exhalan aromas más cuajados, antiguos, un poco más tristes y fatalistas.

En cambio, en los restauradores la mezcla de los barnices, las pinturas, los carcomines, las sustancias estabilizantes, surge como una leve nube del local. Y tiene el perfume aleteante de lo vivo. Lo reparador. La garantía de permanencia y futuro. Te entran ganas de pasar largos ratos en el taller del restaurador. Contemplando tanto elemento interesante. Impregnándote de los aromas del respeto y del cuidado, que tanto escasean en esta vida.

Reparándote así las fibras más ocultas del alma.