Somos únicos en dar mensajes equívocos, o cuanto menos, contradictorios. Somos reos de nuestras paradojas. La calle es un manual constante de signos opuestos. Cartelas con nombres que han perdido letras y que acaban confundiendo al paseante o condenándolo a dar vueltas sobre su mismo eje. O señales de tráfico que se invalidan a ellas mismas.

Los hay más sofisticados como quien aferra al muro de su casa la advocación a una virgen y la corona con una sutil amenaza: "Cuidado con el perro". Religión y seguridad, en el fondo protección a ultranza.

La historias de las ciudades también se cuentan en sus azulejos en los que se cuentan historias de sus inquilinos. Las casas de planta baja, hoy aún en pie entre los edificios de pisos de la España del desarrollismo, se mantienen pese al engulle del ladrillo en vertical. En muchas de ellas persiste la corona de un remate en el que situan el término de Villa, un tanto grandilocuente para las dimensiones del inmueble. No suelen rematar su grandilocuencia con baldosas.

El modesto azulejo es común en la ciudad extrarradio, en la urbe que no fue tal, que la han ido anexionando conforme lo urbano ha arañado espacio al agro. Crecimiento, desarrollo, expansión.

En Palma, los barrios de pescadores, Molinar, el Puig de Sant Pere, el Jonquet y sus aledaños playeros de Cala Estancia y Can Pastilla siguen manteniendo como iglesias que preservan sus ex votos esos pequeños ladrillos de literatura popular. Desde la advocación mariana, a la Virgen del Rocío o a la Esmeralda, o a las Purísimas, a los santos y santas del sentir popular de la isla en la beata santa Catalina Thomás se lleva la palma. A la beata sor Francinaina, por contemporánea, nos conformamos con verla en papel y adosada a las puertas de madera de los pisos.

En las calles de abolengo de la ciudad quedan aún las capillas, resguardadas con sus cristales, y que han sido objeto de descuido en más de una ocasión, la asociación proteccionista ARCA ha demandado en numerosas ocasiones protección para ellas. Algunas han sido catalogadas; otras persisten en el descuido y el olvido patrimonial. Tienen poco que ver las unas con las otras porque en el mundo de las artesanías también hay jerarquías.

Lo interesante es comprobar la sutil convivencia entre cierto laicismo y la religiosidad popular que ampara bajo el mismo muro, de una misma, casa, la imagen de la Virgen del Rocío, que muy mallorquina no es, con el cartel admonitorio: "Cuidado con el perro".

Instalado en una zona cada vez más ocupada por población extranjera, centro europea y nórdica mayormente, me gustaría saber qué piensan ellos de un equívoco tan expresivo.

Es posible que en sus casas de fiordos, en sus cabañas sauna, sumen también al dios Thor con esos peluches que tanto gustan en la Europa del bienestar. ¿Quién le hubiera dicho a nuestros abuelos que sus casas iban a ser buscadas por los señores del petroleo noruego? Esperemos que no nos arranquen esas paradojas populares que se estampan en una baldosa de 20x20.