Cala Major años 30. La foto que acompaña este artículo se publicó en un folleto del Fomento del Turismo para promocionar Mallorca. La firma un tal Ramis. Ahora cierre los ojos y recuerde la imagen de su último paseo por la zona. Hace unos días, unos meses o unos años. ¿Dónde están los pinos?, ¿dónde los cactus?, ¿por qué no aparecen ni las rocas ni las villas de veraneo en su pantalla led interior? La respuesta es sencilla. Porque los mallorquines no hemos sabido gestionar con inteligencia nuestros valores turísticos. Porque hemos enterrado la belleza de una playa situada a pocos minutos del centro de la ciudad bajo el cemento. Porque no solo hemos ocultado la naturaleza sino que, además, lo hemos hecho de forma caótica, sin orden sin concierto, sin equilibrio, sin belleza, sin cuidar la estética, sin revertir el deterioro causado por el paso de los años, sin buscar nuevas fórmulas para atraer a un viajero que ayer fue de elite y ahora se debate entre el lujo de algunos hoteles y apartamentos y la ruina de otras construcciones.

Dése la vuelta con la imaginación. A sus espaldas están el antiguo hotel Alfonso, obra de Gaspar Bennàssar, y Marivent, un proyecto en estilo regionalista de Guillem Forteza. El primero está cercenado, su torre fue derribada y las vistas del edificio modernista han sido tapadas por las vallas publicitarias. Marivent, la residencia encargada por Joan de Saridakis y cedida a los mallorquines, se encuentra en perfectas condiciones y rodeado de pinos. Es residencia de verano de los reyes -¿hasta cuándo?- pero está vetada a los isleños.

Este es el karma de Cala Major. Una parte de su belleza ha sido destruida, otra ha sido mutilada y la que sobrevive resulta inaccesible.