"No me veo viviendo en otro sitio", asegura Alfredo Bonet Grau, el primogénito de la familia. Casa Bonet es la perla que permanece aislada en su belleza, rodeada de moles y de fantasmas del pasado, de ruinas, que la convierten en la esperanza blanca de lo que queda la finca llamada s´Aigo Dolça. Alfredo recuerda "aquel caballo que tiraba de una plataforma con todos los enseres necesarios para el uso doméstico", en los años 50, cuando la familia se trasladó a la casa de verano. Pocos años después se construyó una pequeña piscina, que aún sigue y que miraba de frente al anterior club Palma, hoy una vergüenza para la memoria de esta ciudad.

El origen de este edificio racionalista, proyectado por Carlos Garau, rompedor con el regionalismo que predominaba en los edificios de la ciudad, hay que buscarlo en el abuelo Alfredo Bonet Llompart, quien al repartir la finca de su padre, Manuel Bonet Codina, la de s´Aigo Dolça, que acabaría dando nombre a este pellizco entre el mar y el bosque de Bellver, apostó por una residencia estival que hoy figura en la historia de la arquitectura de Palma.

En 1932 fue levantado el edificio cuya entrada cúbica se abre a un gesto de audacia, el de curvar la línea recta mediante dos terrazas semicirculares que sobresalen, como si fueran dos voladizos, y que otorgan al edificio aire de barco. Las terrazas miraron al mar en sus inicios hasta que la mole del hotel vecino, el Palas Atenea, acabó con la paciencia. "Y eso que mi padre era amigo de Escarrer, pero él se sentaba en la sala y se topaba con un muro donde antes veía espacio; decidió que la familia se trasladara a Palma, a la calle San Nicolás", donde se construyó un edificio de viviendas que miran directamente a la iglesia que nombra la calle.

Casa Bonet es una vivienda unifamiliar de "más de 900 metros cuadrados" calcula Alfredo. Prodigiosamente, permanece en la misma familia, aunque es cierto que desde el principio, algunas de sus plantas, sobre todo la inferior, han sido alquiladas, entre otros a "un primo de Franco, de cuando éste estaba en Palma de gobernador militar- mis tías recuerdan a Carmencita jugando por aquí-", cuenta Alfredo. Estuvo cerrada varios años, hasta que el primogénito de los Bonet Grau y su hermano Toni decidieron convertirla en vivienda, dejando la planta noble para negocio. En 1983 abrieron Casablanca, un hito en la noche de la ciudad que fue antesala de los luceros de Minim´s y Moncloa hasta que los caprichos de los noctívagos los trasladaron a La Lonja.

"¡Durante los diez años que duró fue un eating and meeting point!, comenta Alfredo con una sonrisa de oreja a oreja. Es elegante y no revela lo visto y oído en una década en un lugar que se metió en el bolsillo a la sociedad de Palma, incluso también a infantas.

Alfredo y Toni viven en Casa Bonet, en una perla, conscientes de ser inquilinos de un privilegio pese a la invasión desalmada de los tiempos contemporáneos que en muchos casos han perdido aquella elegancia que también se percibió en las notas de un piano: ´Vuélvela a tocar, Sam´. ¿Quién querría vivir en otro lugar?