Al santo le acompaña un ángel desde 1964, momento en el que Ángel Casellas abrió junto a sus primos, Toni y Vicente, el bar Can Ángel en San Jaime. Hoy cierra puertas para ponerse al día. "Sin perder su esencia", aclara el hijo. Una reforma le sacará los colores y pondrá a los pies de los clientes un nuevo suelo. Para nada se eliminará el olivo que está en el interior y que es santo y seña de este local de Palma.

"Cuando mi padre abrió el bar, el primer año no iba bien. Antes de ser Can Ángel fue un lugar de noche. Mi abuelo paterno, otro Ángel Casellas, cogió un olivo de la Tramuntana porque tenía muy claro que era mágico y que cambiaría el aire del local. Dijo: el olivo nos hará mejores. Y tuvo razón. Desde entonces, es un tótem para nosotros", cuenta el nieto.

Él lleva diez años regentando un café que fue desde sus inicios refugio para los estudiantes llegados de Menorca. "No sé porqué hicieron de este lugar, su casa. ¡Quizá porque servíamos las mejores pomadas de Palma!", ríe.

Los Casellas proceden de Manresa, Barcelona, cuando el primer Ángel Casellas fue a montar una fábrica de textiles a Esporles. "Nadie sabía llevar la fábrica y le ofrecieron quedarse. Su hijo, mi abuelo, fue muy popular en el pueblo. Le llamaban ´el niño´. Mi padre trabajó en hostelería porque en la fábrica ya no había trabajo. Estuvo en un hotel del Port de Sóller. ¡Ganaba más dinero en propinas que con su suelo! Era la época del boom", narra el hijo. Regresó a Palma para trabajar en un restaurante de la Lonja. En 1964 montó Can Ángel, su primer negocio.

Este bar, que ya cumple el medio siglo, está instalado en un edificio del siglo XX. En un lateral del inmueble, en la calle Armengol, está escrita la fecha de su levantamiento: 1900. Su entrada es casi la de una cueva, una puerta pequeña y unas escaleras, dan paso a un lugar umbrío. En su interior, varias pinturas y dibujos, de amigos de su padre y también de él. "Mi padre era un zurdo que le dieron regla para escribir con la derecha", comenta el hijo cuando habla de la gran afición a la pintura que siempre tuvo su padre. Con la reforma, se van a conservar.

"Vamos a pintar con colores más claros para que sea más luminoso, y cambiamos el suelo. Queremos que Can Ángel sea más actual, pero sin perder la esencia y que sea un bar familiar. Vamos a dejar un rincón en el que colgaremos los cuadros de mi padre, los mejores de algunos de sus amigos, y fotografías, y algún recorte de periódico. Can Ángel es un trocito de cielo", describe el último de los ángeles de este bar de San Jaime. "¡Será un homenaje para él. Jamás le discutimos a mi padre cómo tenía que llevar el bar".

A su juicio, Can Ángel ha significado en Palma "la posible convivencia de personas muy distintas y de ideologías contrarias. Aquí han compartido horas argentinos, unos hinchas del Boca y otro del River; punkies anarquistas y skinheads fachas; niños de papá y trabajadores. Todos cabían en Can Ángel".

¡Incluso un chamán de la Patagonia! Si vino una tarde y se quedó con todos, incluido mi padre. ¿Quieres ver fotos?". Añade: "Creo que Can Ángel ha sido el santuario para muchos. Si para mí es una pequeña casita que tiene mi familia en el Port des Canonge, para otros ha sido este bar. Un cliente vasco un día me dijo que venía aquí porque se sentía como en su casa".

Él y su hermano Toni estarán acompañados de Ángel junior, su hijo. "Aparte de la crisis, recuperaremos la tradición familiar de compartir el negocio y trabajar en él", señala. El nuevo Can Ángel ajustará horarios. Abrirán a media mañana y servirán comidas y cenas a base de tapas de comida mallorquina y pa amb olis. Quizá la herencia de su madre, Catalina, la hayan heredado alguno de ellos. "Cocina muy bien", afirma su hijo. Ángel tiene 47 años y las cosas claras.

En la entrada, sobre la puerta, permanece el letrero de hierro que creó Ceferino, el decorador. Está la senyera como una punta de lanza. ¿No vendrán ahora con la dichosa ley de símbolos? Suelta una carcajada. San Jaime escucha porque es un ángel quien habla. Y está en su santuario.