Miquel Pujol Ferragut echó la barrera del horno un 30 de junio de 2012. El panadero, el pastelero, "un hombre bueno, entrañable, discreto", murió ayer. La vida se le fue lentamente. El horno se apagó. Tenía 66 años. Luchó contra la enfermedad y a favor de la vida. Palma le llora. Sa Calatrava hoy es menos dulce. Sus amigos no pueden ocultar el dolor. "Miquel fue historia viva de nuestro barrio, un símbolo de una parte de la ciudad", apuntó ayer Maria del Mar Bonet. Ella y su hermano Joan Miquel vivían dos números más allá del horno en la calle Pelleteria.

El velatorio se celebra hoy en Son Valentí, de 16 a 21 horas, y el funeral tendrá lugar mañana en la iglesia de Montesión. Sus tres hijos, Miquel, Marina y Joan, así como demás familiares, comprobarán cuánto se le quiso al "último mohicano", como se llamó a sí mismo. Las condolencias oficiales no se hicieron esperar. El Govern balear manifestó su pesar por la muerte del panadero, premio Ramon Llull de la Comunidad Autónoma de las Islas Baleares en el año 2013. José Ramón Bauzá expresó su pésame a la familia del artesano, de quien resaltaron que "llegó a ser un referente de la excelencia gastronómica tradicional mallorquina".

Miquel fue un hombre de salud débil. Es duro pensar que un hombre que vivió de endulzar la vida de los demás, acabó sufriendo diabetes y padeciendo hasta el final las nefastas consecuencias del ´azúcar´. Su vulnerabilidad, sin embargo, no le restó valor para encarar con entereza el cierre del horno que heredó de su padre, Joan Pujol, y éste de su suegro, Miquel Ferragut. Desde los 16 años se hizo aprendiz de un oficio que le daría carta de naturaleza, más allá incluso del perímetro de su tierra. "Fue un pastelero creativo, un hombre pionero. En el Consejo Regulador de la Ensaimada se le recuerdan aún sus creaciones. Miquel supo sumar tradición y creatividad como pocos", dice Antonia Torres, de la denominación de sobrasada de Mallorca.De manera parecida se expresó José Magraner, gerente de la Asociación de Forners de Mallorca: El gremio pierde a un buen profesional. Era una buena persona".

El 30 de junio de 2012 invitó -su generosidad es proverbial, y así lo han resaltado todos aquellos que conocieron al pastelero de Palma- a familiares, amigos, vecinos a cremadillos, cocarrois y ensaimadas. Un día después echaría el cierre del horno. Solo a medias porque como recuerda el fotógrafo Joan Miquel Bonet "hace dos meses, ya retirado, me asomé y él me preguntó: ¿Qué necesitas? Si vienes a las 12 te haré una docena. Le traje una botella de champagne. Ya me la beberé, me dijo. Fueron mis últimos cremadillos". "Fue un hombre bueno, generoso. Son pocos los que hacen cosas como él. Jamás pidió nada a cambio", añade Bonet.

Su compañero de Montesión Vicenç Rotger no dista de una opinión que ayer fue común nada más conocerse la noticia. "Fuimos compañeros de Montesión. Él se puso a trabajar siendo muy jovencito. Era un hombre bueno, no tenía enemigos; de una generosidad extrema. Miquel está muy ligado a la historia de su entorno. Su padre suministraba los desayunos a los alumnos del colegio. Todos los años nos veíamos, y era gracias al empuje de Miquel. Era muy amigo de sus amigos".

Fin de una estirpe

El horno de Pelleteria ha sido parada y fonda de los niños de Montesión, del también cercano colegio de San Francisco, de los vecinos de sa Calatrava, de las gentes de bien y mal vivir: "Desde aquí he visto a los niños bien que salían de juerga y coincidían con las señoras que se iban de retiro. Por el horno han pasado desde personas de extrema izquierda a extrema derecha", contó Miquel cuando ya daba voz al cierre del antiguo horno.

Fechado por la Cámara de Comercio en 1565, se le conocía como el Forn d´en Reixac, pasó de los Frau a los Ferragut en la I Guerra Mundial. Su abuelo, Miquel Ferragut lo compró al regresar de Argentina donde no hizo fortuna. A punto de ganarse el jubileo, y con ganas de hacer más cosas, "me dijo que le gustaría abrir una escuela de cocina en el horno", señala Maria del Mar Bonet, Miguel de sa Pelleteria casi agradecía que sus hijas no siguieran en este negocio. "Es una vida dura. Te has de sacrificar. Soy una célula solitaria que, sin embargo, cuenta con muchos amigos".

Uno de ellos, su vecino Michi, que le visitó en la UCI un día antes de su fallecimiento. "Era una persona maravillosa, querida por todos. Mi mujer le llamaba el alcalde del barrio, y eso conlleva muchas cosas. Miquel siempre estuvo pendiente de todos. Me alegro de haberle dado el último abrazo".

Otro vecino, el padre Miguel Garau, jesuita en Montesión. "Mi recuerdo es que era un hombre bueno que sabía tratar a todos con gracia, humor y respeto". Garau quiso rescatar ayer una idea que surgía si se conocía a Miquel Pujol más allá de sus habilidades panaderas, y es su sagacidad. "Fue un panadero, pero tenía pensamientos muy profundos en las cosas de la vida". Recuerda que Miquel le confesó no temer a la muerte, sí al sufrimiento.

Su colega, otro veterano panadero, ya jubilado, Gaspar Moyà, del antiguo Forn des presidi vell, no pudo ni ponerse al teléfono. Le cedió el testigo a su mujer. "Ya no podrán salir a pasear juntos como habían planeado tantas veces cuando hablaban de su jubilación. Mi marido está muy afectado".

Es probable que Miquel no haya caligrafiado sus memorias. Era una idea que le tentaba. Otros le han puesto imágenes, y él pudo verlo. La periodista Marta Alonso filmó el documental La vida dolça, una muestra de que el panadero de sa Calatrava era querido por todos, saltándose edades. "Para mí era el hombre más dulce del mundo. Fue un padre, un vecino, un amigo. Se hacía querer. Siento un vacío enorme", dijo ayer la realizadora de un documental que pudo llevarse a cabo gracias a la colaboración de todos. En su estreno, no faltaron amigos como el empresario de vinos Ferrer, Pep Lluís, que recordó una anécdota: "Mi hijo quería cremadillos de Miquel por su comunión. Cuando le pagué, él le dio el dinero a mi hijo y le dijo: éste es mi regalo".

Pelleteria le llora. Sa Calatrava le añora. Palma ha perdido un trozo de su historia más dulce.