El bucle alimenta. Hubo un tiempo, arrancaba la década de los 90 en que en la calle Sant Jaume se instaló Canela, el primer negocio para sibaritas de los apetitos gastronómicos que tuvo Palma. Lo abrieron el periodista Juan Antonio Fuster, que fue director de este diario, y su mujer la fotógrafa suiza Cathy Grundfeld. Diez años después, su hijo mayor, Fabián vuelve a abrir el portón cada día, ahora ya convertido en restaurante. En la línea de los parisinos bistros. Le acompaña en la travesía Irene Rigo, una especialista en comunicación que podría contar largo y tendido. Fue la jefa del departamento en la conselleria de Turisme con Francesc Buils, Miguel Nadal, Miquel Ferrer y Joana Barceló. Hoy, dos de ellos están en la cárcel. "¡Un culebrón de cinco estrellas!", apostilla Irene. La cara visible del Canela.

El edificio que cobijó y lo sigue haciendo a las dos Canelas tiene su origen en las casas del siglo XIII-XIV que serían reformadas en el XVIII hasta quedar convertida en la casa familiar de los Fuster Valiente -el pintor-, Fuster Cuerda, abogado y Juan Antonio Fuster, periodista. Con las reformas fue arañando altura hasta quedar convertido en vivienda de dos plantas. La reforma del siglo XX que dio luz al comercio Canela fue premio Ciutat de Palma de Arquitectura. Lo firmó Josep Palou. Hoy, veintiún años después luce igual. El bucle alimenta.

Fabián Fuster atesora una vasta formación que le ha llevado de la Escuela de Hostelería de la UIB al hotel Dylan en Amsterdam donde Schilo Van Couvouden "me abrió los ojos". Continuarían abriéndose en Barcelona, en es Racó des Teix, en Londres en Le Café Anglais con las enseñanzas de Rowley Leigh. Fabián, a sus 31 años, se declara "esponja". Lo absorbe todo, desde Ferràn Adrià a Heston Blumerland.

En Canela el cliente se encuentra "alimento y disfrute", y "al precio justo", añade. Entre los platos, los hechos al vapor como las gyosas, o crujientes como croquetas de Idiazabal y boletus a la gama de crudos. El pan de cristal es un indispensable en una carta que va variando según la temporada.

Irene es la mesera, y está encantada. Ella es la cara del Canela, una especia que tiene mucho que ver con el amor, ese que apeó a Fabián en tierra al conocerla y desistir de su idea de irse a Japón. "Nos apetecía hacer un proyecto en común, pero hemos ido tranquilamente", asegura ella. Él sonríe, quizá baje de su mundo. "Me distraigo con facilidad porque estoy en otro lado", cuenta. Le ha dejado huella, él así lo asegura, su infancia en Deià, donde sus padres vivieron muchos años. En la zona de cocina se rinde homenaje al pintor Mati Klarwein con la reproducción de uno de sus cuadros.

A Canela además le gusta ser hostal de artistas, sobre todo fotógrafos. Cada cierto tiempo van llenando las paredes con distintas obras, igual que va cambiando la carta. Se mantiene el color canela del portón. El bucle de Ultramar quizá.