Desde hacía siglos, los condes de Barcelona, luego convertidos en reyes de Aragón, habían soñado con una gran alianza entre los condados catalanes, el reino de Aragón y los territorios occitanos. Esa política se llevaba a cabo pacientemente mediante políticas matrimoniales. Sin ir más lejos, el enlace entre los padres de Jaime I respondía a esta idea: Pedro el Católico, rey de Aragón, se casó con María, hija del señor de Montpeller. Ahora bien, recordemos que este proyecto se vio dramáticamente truncado con la llegada de los cruzados franceses a la Occitania que, con la excusa de combatir a los cátaros, irían ocupando lo que hoy en día se conoce como el midi francés. La batalla de Muret (1213) simboliza este cambio de escenario, pues a partir de entonces los intereses de la Corona viraron hacia el sur, hacia el territorio andalusí.

La conquista de Mallorca debe considerarse una de las primeras campañas militares fruto de esta nueva estrategia e intereses de la Corona, y en particular de los catalanes, tanto de su nobleza como de su patriciado urbano.

El 20 de diciembre de 1228 las Cortes de Cataluña dieron el visto bueno al proyecto de conquistar Mallorca. Tras casi un año de intensos preparativos, el 5 de septiembre de 1229, las huestes cristianas zarparon desde Salou, Cambrils y Tarragona. Jaime I tenía planificado el desembarco en la bahía de Pollença, y allí debía ser recibido y apoyado por uno de los caudillos musulmanes de Mallorca: Ben Abet. Éste estaba enfrentado con la oligarquía almohade que, recordemos, tan solo hacía veinticinco años que se había hecho con el poder en la isla. Pero una terrible tormenta se desató durante la travesía, dispersó la flota y obligó a reagruparse frente a Sant Elm. Allí se improvisó arribar por Santa Ponça y la Porrassa. Tras el desembarco hubo dos encontronazos. El primero, en el Coll de sa Batalla, y el segundo, con las tropas mayurquinas que se habían concentrado en Portopí. A pesar de las bajas -por ejemplo las de los Montcada-, los catalanes vencieron en las dos batallas, lo que les permitió iniciar el sitio de la capital insular, Madina Mayurqa, que duró tres largos meses.

Durante el asedio se abrieron cavas por debajo de los muros al mismo tiempo que se intentaba abrir alguna brecha sobre el lienzo de la murallas. El asedio se alargó hasta la Navidad, que aquel año fue de un frío intenso, tanto que el rey tuvo dificultades con sus soldados para que se mantuviesen en sus puestos de guardia. La noche anterior al ataque, el caballero Llop Xemenis de Llucià fue a visitar al rey a su tienda y le contó que venía de una de las cavas que habían abierto. Allí, aprovechando que ya era de noche, había ordenado a dos escuderos que se introdujesen dentro de la ciudad y éstos habían podido ver una ciudad extenuada: "Han vist que molta gent és morta per les places, i que de la cinquena fins a la sisena torre no hi havia vetlant cap sarraí". Llop aconsejó al rey atacar la ciudad de noche, aunque Jaime I prefirió esperar las primeras luces del día para lanzarse al asalto final.

Leyendo la crónica del Llibre dels feits, uno puede seguir con cierta precisión la conquista de la ciudad. Situados en el descampado que había frente a la puerta de Bab-al-Kofol, luego conocida por varios nombres: de la Conquesta, Pintada, de l´Esvaïdor o de Santa Margalida (y que estaba situada en la zona de la actual calle Sant Miquel intersección con la de Marie Curie); con las primeras luces de la aurora, caballeros y soldados asistieron a misa y al final comulgaron todos -recordemos que en la Edad Media se comulgaba con mucha menos frecuencia que en la actualidad, de ahí que el monarca lo quisiese recalcar en su crónica-. Luego, todas las huestes se colocaron frente a la ciudad. Delante estaba la infantería -"els homes de peu"-. El rey se dirigió frente a ellos y les arengó para enardecer sus ánimos: "Via, barons! Començau a caminar en nom de nostre senyor Déu!", conminándoles así a iniciar el ataque. Pero nadie reaccionó, nadie se movió, ni infantes ni caballeros, lo que inquietó al rey. Éste volvió a gritar: "Via, barons, en nom de Déu! De què dubtau?", repitiéndolo tres veces. Esta vez sus gritos sí tuvieron efecto, pues los hombres de a pie empezaron a avanzar, cada vez con más firmeza.

De esta manera, todo el grueso de la hueste se puso en marcha dirigiéndose hacia la brecha abierta en el muro, cerca de la puerta del Esvaïdor (el nombre viene de esvaïr y en una de sus acepciones significa derrotar). Cuando se fueron acercando al foso de las murallas, caballeros y soldados empezaron a gritar: "Santa Maria, Santa Maria!" Lo repetían ininterrumpidamente y cada vez más alto. Primero penetraron a través de la brecha unos quinientos infantes. Una vez en el interior de la ciudad, les fue cerrado el paso por el rey moro de Mayurqa y sus hombres. Se produjo un encontronazo, del cual se formó un barullo de personas, escudos, lanzas y espadas. Enrocados los unos contra los otros, los mayurquines sarracenos de repente vieron aparecer un caballero vestido de blanco que atravesaba la brecha: "Veieren entrar a cavall un cavaller blanc amb armes blanques".

En su crónica, Jaime I cuenta que seguramente ese caballero era San Jorge: "La nostra creença és que fos Sant Jordi, perquè en històries trobam escrit que en altres batalles de cristians i de sarraïns se l´ha vist moltes vegades". Sin duda se trata de una bella leyenda, inmortalizada en casi todas las pinturas que quisieron remembrar el asalto a Madina Mayurqa. Ahora bien, el misterioso jinete que vieron aparecer los sarracenos seguramente fue un caballero de la orden del Temple -los cuales participaron en la campaña de Mallorca-, pues solían ir por delante en la batallas e iban vestidos de blanco, al menos la capa y el escudo. En todo caso, la rápida acción de la caballería fue clave para romper el cerco enemigo. Según el propio rey, Joan Martines d´Eslava, Bernat de Gurp o Ferran Peris de Pina fueron algunos de los primeros caballeros en traspasar la brecha de la muralla.

Cuando hubo reunidos un buen número de caballeros, éstos pasaron a la primera línea de ataque, embistiendo al grueso de los soldados mayurquines que, al ver la carga de caballería, levantaron sus lanzas para protegerse: "I quan entraren els cavallers amb els cavalls guarnits, els anaren a ferir. I tanta era la multitud dels sarraïns, que els pararen les llances, i els cavalls s´encabritaren, perquè no podien passar a causa de l´espesor de les llances, de tal manera que hagueren de donar la volta". Por tanto, los caballeros tuvieron que retroceder y la infantería volvió a pasar a la primera línea enemiga. Reagrupados de nuevo, los caballeros volvieron a recurrir a la intercesión de la virgen, pues empezaron a gritar: "Ajuda´ns, Santa Maria, mare de nostre senyor!"

Fue entonces, y siempre siguiendo la narración de la crónica real, cuando intervino el rey, enardecido, quien gritó la célebre exclamación de "Vergonya, cavallers, vergonya!". Esos gritos sirvieron para espolear a los caballeros, que volvieron a la carga, consiguiendo, esta vez sí, romper el cerco enemigo. "I, quan els sarraïns de la vila veieren que la ciutat era envaïda, n´eixiren, entre homes i dones, ben bé trenta mil, per dues portes, per la del Berbelet i per la de Portopí; i se n´anaren a la muntanya".

De esta manera cayó Madina Mayurqa, el rey moro Abú Yahya fue capturado y la rapiña por toda la ciudad duró varios días. La conquista de toda la isla era sólo cuestión de tiempo.