A quien no le gusta el grafiti porque sostiene que ´ensucia la ciudad´ no hay mucho más que añadir. El empecinamiento es tal que es inútil tratar de convencerles a que abran la mira y distingan entre el arte de la calle del mero garabato. Hay un abismo. Igual que lo hay entre obras que se cuelgan en galerías de arte, porque hay mucha tontería en este mundillo, como bien saben algunos.

Hay quien incluso ha denostado a Bansky, ese street art que oculta su rostro a los medios, que pasa de redes sociales pero que convierte paredes del mundo en faros de reflexión. Lo suyo es denuncia de petroglifo, muy cercana a los vozarrones The Clash y otras urbes. Él usa estarcido y aerosol. Llaman a lo que él hace "vandalismo". Otros lo equiparan a Damian Hirst y Jeff Koons en el sentido de ser huésped del marketing.

Estamos acostumbrados a ver dibujos de mayor o menor calidad en las paredes del centro de la ciudad pero no es frecuente verlos en el extrarradio. Pues bien, hasta La Soledat ha llegado el brazo alargado del aerosol que en realidad tenía un referente claro y estupendo en las paredes de la Avenida México con aquel collage de colores. El de la zona colindante a Son Molinas es bicolor.

José Luis Gorreta y Paco Heredia firman este lienzo pizarra que es un grito de atención cuando vas en coche a la entrada desde la vía de cintura en dirección al Polígono de Llevant. Para qué digan que los ´grafiteros´ no dan la cara.

Utilizan la mediana de una casa, es decir, que a nadie puede molestar que los dibujantes de La Soledat hayan trazado en blanco sobre negro un dibujo enigmático, surrealista, lleno de claves oníricas o, simplemente, de una imagen de un animal de ciencia ficción.

Dos tentáculos o brazos largos salen del centro del cuerpo de ese ¿animal?, un pulpo, quizá, que acaban rematados en dos cabezas de serpientes. Éstas dirigen sus puños a la cabeza del calamar gigante, que también podría serlo, llena de ojos.

No sé si Gorreta y Heredia conocen el arte azteca pero esos ojos silueteados en blanco y negro y a la inversa, la simbología del reptil enrollable que mira con desafío a su propia cabeza, guarda ciertas similitudes con la simbología cósmica de los pueblos de México. Solo que aquí el fondo es negro y no blanco como en muchos de los dibujos aztecas.

En otro muro de esta casa de una sola planta se ve a un nadador que no es exactamente una figura humana -está a medias entre el hombre y el anfibio-. Quizá lo hayan grafiado también los autores de ´El ojo de la Soledat´, quizá no, quizá en este barrio complejo, estas dos paredes sean pizarras de escuela en la que los chicos de barrio juegan a ser Julio Verne sin saber quizá quién era. La imaginación es sorprendente, tiene poco que ver con los dictados de la academia.