La Perla es un negocio femenino pero siempre regentado por hombres, los Miró. Femenino porque su nombre lo es y porque las joyas también lo son. Masculino porque siempre, desde que en 1898 abriera el primer establecimiento Francisco Miró, han sido los varones los que se han puesto al frente. En la familia, además, se mantiene la costumbre: los primogénitos se llaman Francisco y Nicolás, cada salto de padre a hijo. Del primero, Francisco, al último, Nicolás, 115 años de distancia. Más de una centuria de historia en apenas unos metros, siempre alrededor de la calle Platería.

Nicolás Miró Rullán sigue la estela iniciada por el bisabuelo y asume que "será muy poco probable que mis hijos sigan en él; yo desde luego no les voy a aconsejar que lo hagan". Lo dice quien sin embargo asumió la joyería desde jovencito, un chaval de 16, con una vocación que "mantengo intacta". Tiene 47 años. Su hijo Francisco, 22 que, por el momento, se dedica al turismo en Londres.

Regresemos al origen. Francisco Miró adquirió todo el edificio en el que primero se inició la fábrica o taller de joyería en el que se trabajan la botonadura de lo payeses, los bolsos de plata y el cordoncillo, hasta que se abrió en la planta baja la tienda. De sus tres hijos, Nicolás, Margarita y María, se puso al frente el primogénito y varón. El biznieto Nicolás muestra una fotografía en blanco y negro fechada en 1910 en la que surge su abuelo siendo niño. Casado con Joaquina Fusté tuvieron catorce hijos. Dos murieron al poco de nacer. Cerró la fábrica para que la amplia familia se instalase en los pisos superiores.

"Tuvieron seis hijos y seis hijas; ellas no estudiaron, se ocuparon de la casa y solo mi abuelo y mi padre hicieron joyas", cuenta Nicolás. El marido de su tía abuela, sí tenía un taller en la plaza Rastrillo. "Mi padre aprendió con él", detalla.

El padre, ya jubilado, se hizo oficial de notaría pero al morir el letrado, Francisco Miró decidió abrir la joyería Karina en la calle Cestos. La regentó muchos años, hasta que su padre se jubiló y no le quedó otra que regresar a la casa madre: La Perla.

Los últimos quince años la cara de esta joyería especializada en antigüedades, sobre todo de Art Decó, Nouveau y mallorquina, es Nicolás Miró Rullán. "Mi padre nos dio en vida la herencia y a mí me tocó la joyería. Siempre me ha gustado", asegura, sentado frente a una mesa con sobre de mármol y rodeado de un par de vitrinas de joyas de coleccionista, de algún que otro objeto de culto religioso y de pintura. "Mi padre coleccionaba de todo; a mí lo que me gusta es comprar joyas, mucho más que venderlas, porque me da pena desprenderme de piezas únicas".

Nicolás, a sus 47 años, agradece el apoyo de la red que facilita el mercadeo. Él adquiere el género en subastas, en otras joyerías, principalmente en ciudades como Londres, o en París, y en España, Madrid, Córdoba, Zaragoza.

La Perla es conocida por sus piezas de filigrana como una tembladera, un broche, con margarita, llamado así porque al prenderlo, sus pétalos se mueven, "cuando caminas, tiembla" y el destello de sus diamantes rosas otorga una luz digna de las Mil y una noches. Cuesta 19.000 euros.

Frente a las joyas en serie, por más marca que se les estampe, en La Perla los amigos de la joya preciosista, minuciosa, estarán a sus anchas. "El cliente más frecuente es el mallorquín. A la mujer mallorquina le gustan los pendientes y anillos, por encima de otros adornos", señala Nicolás. Cuando los Reyes de España se casaron, el obsequio de la ciudad de Palma se adquirió en La Perla. "La Reina ha sido clienta asidua, y con mi padre tuvo una muy buena relación", señala Nicolás.

En La Perla también son conocidos por sus trabajos de restauración para la Catedral. "Sobre todo, lo que hacemos son trabajos de limpieza. Son muy minuciosos porque "son piezas que parecen un puzzle", señala Nicolás. Sonríe al salir a la calle Platería y posar frente a un negocio que brilla sin aspavientos.