La secuencia es simple: una escultura con forma de huevo alargado es a ojos de un niño una montaña. Los niños siempre han soñado con ascender a lo más alto -los mayores, también, solo que sin la dulce candidez de los pequeños-, por ello no debe extrañar a nadie que la escultura de Manolo Paz sea el Everest del barrio del Puig de Sant Pere.

Las mañanas de verano, las de domingo peor aún, son largas y tediosas en un barrio popular donde quizá, probablemente, sus vecinos no puedan pagarse el alquiler de una casa de veraneo que les ponga en su panorámica estrellas de mar, arenas, algas y erizos. Cuatro niños, tres chicos y una chica, se desafiaban a ver, primero, quién se atrevía con el ´huevo´ de Paz, segundo, quién llegaría a alcanzar la cima y, tercero, quién sería el primero.

Dos pequeños quedaron abajo, los dos gemelos, y el reto quedó en tablas: un niño y una niña fueron escalando la montaña de piedras de Binissalem con que el escultor de Castrelo levantó su obra. Sería la cría quien coronaría los 250 centímetros bajo la atónita mirada de los hermanos. Más tarde, desde abajo una amiga vitorearía el éxito de este pequeña Edurne Pasabán que, sin alcanzar los 14 ocho miles, el ´sin título´ de Paz es un laurel considerable.

Palma está saturada de esculturas al aire libre, con mayor y menor acierto. Son escasos los escultores que tienen clara la idea de casar una no siempre fácil pareja como es la arquitectura y la escultura en la vía pública. Eduardo Chillida fue un ejemplo de conocimiento, quizá porque el vasco llevó siempre un arquitecto en su cabeza y en la yema de sus dedos. Y son más escasos los gestores o políticos que se dejan aconsejar ante un asunto que no es una tontería. El político de turno con tal de llenar un hueco, con tal de que tenga nombre, con tal de asegurarse sus diez minutos de gloria, es capaz de confundir a un actor con un escultor, claro que en esta ciudad hubo quien nos la metió doblada. Además, reiteradamente. No daré nombres.

En los años del despropósito, cuando el dinero público corría como la pólvora y mucho de él acababa en los cajones de empresarios culturales con pocos escrúpulos, a Palma le crecieron las esculturas como setas en Soria. Hoy las vemos en una ciudad sucia, sin nadie que haga un seguimiento de ellas, ni las cuide, ni preserve su valor patrimonial. La de Richard Long, inaugurada por Jaume Matas, es un caso flagrante. No es el único. Por no mencionar aquellas que viven el sueño de los justos en viejos almacenes municipales o del Govern. Un desagravio más a Palma esquilmada, y no solo económicamente.

No nos pongamos estupendos, y volvamos a ser niños. Por si alguien se escandaliza de la imagen de unos críos escalando la obra de Paz, les dejo sus palabras: "La única manera de entrar en la piedra es asustarla, porque si no, te asusta ella a ti". Se trata de "tener fe en la piedra". Algunos niños hablan con ella.