Sa Gerreria se obstina a ser la hija pródiga, a ser la Cenicienta de Palma. Lo tiene todo y todo se lo hurtan. Sus nuevos inquilinos han apostado fuerte por ella, y los viejos vecinos han pasado del recelo a la admiración hacia los nuevos moradores. Han comprobado que esos jóvenes que tiznan las paredes con colores, con dibujos alegóricos a realidades de traza urbana, los mismos que dejaron la casa de los padres para instalarse en una zona degradada de la ciudad pero con orgullo de barrio siguen ahí pese a perder sus trabajos o tener que vivir de prestado entre unas perras que consiguen aquí y allá con trabajos mal pagados. En negro, la mayoría. Son casi todos ellos licenciados.

Cada tarde ven como engorda la cola de los desamparados que se acercan a un servicio de asistencia a pedir un bocadillo, leche, agua. Bajo los soportales de arco de medio punto gótico duermen los hombres fardo, agarrados a sus cartones de vino y de techo-manta.

Sa Gerreria se quiso creer años atrás que se convertiría en la niña bonita de la Palma de tapas. Se puso a abrir negocios de calamares, pinchos de tortilla y frituras con desmedido optimismo. Hasta que se toparon intereses irreconciliables: la necesidad de dormir y las ganas de vivir la noche. Llego la Policía, mucha mucha policía que cantó aquel, y se establecieron normas, una carta magna contra el ruido, y al barrio se le declaró Zona Acusticamente Contaminada.

Da igual porque un barrio sabe como sacarse los corsés, como lanzar el sujetador por los aires y quedarse en bragas si hace falta. Sa Gerreria es periferia de prostíbulo. Es linde de miseria y, a la vez, y ese es su póker, es colectiva. Las ideas toman la calle, incluso hay asambleas en la plaza, se deciden acciones, casi todas de carácter socio-cultural, que digo yo debería ser lo mismo.

Hay un cierto pensamiento utópico que convive con un sesgo más anarco portado por los bisoños que no paran de apostar por una zona que sigue siendo castigada con un cara a la pared. No importa, seguirán pintando en los muros proclamas como ésta: "Extiende el rumor, la libertad existe" al que otro lápiz añadirá consignas de desobediencia civil como dejar de pagar multas, cuotas de hipoteca, contribuciones,"o lo que sea", apostillan. O mudarán linaje a plazas y calles. De Llotgeta pasaremos a la calle de la Buena Educación, o tomaremos una cerveza en la plaza de Renovarse o Morir, o nos amaremos sin renuncia en la calle del Amor sin fin.

Un barrio donde sus calles pintan el mejor grafiti de la ciudad, donde sus vecinos se reúnen en asamblea, donde las calles cambian sus nombres sin esperar edictos de Cort es un lugar para la esperanza.