A veces atisbas una escena a través de una ventana. Una de esas que siempre están veladas por unos visillos. Y que de repente, mientras alguien hace limpieza en su interior, se despliegan para mostrar el escenario.

Aparecen así unas viejas fotografías enmarcadas. Algún sillón de colores oscuros. La lámpara de lágrimas cristalinas, y la mesa camilla.

Es curioso como todavía no se ha hecho justicia a este elemento casero, hasta hace bien poco imprescindible en cualquier casa mallorquina. La mesa camilla venía a ser como el centro geométrico de la vivienda en los meses más fríos. El templo de la intimidad, el reflejo de cuanto acontecía a todo su alrededor.

Para empezar, la mesa camilla posee una configuración esencialmente simbólica. Esa superficie redonda, sustentada por el faldón, tiene algo de la cuadratura del círculo. De esas figuras renacentistas que incluían diferentes figuras (cubo, triángulo, esfera) combinándose entre sí.

El calor contemporáneo procede sobre todo de las bombas de calor. Bien a la vista, ruidosas y exhalantes. O bien de las estufas eléctricas de siempre. Pero el calor de la mesa camilla es iniciático y esotérico. Porque procede de las interioridades más escondidas. Se manifiesta de una forma indirecta, aproximativa. Y aunque dicen que es muy malo para la circulación, proporciona una auténtica sensación de bienestar. Un calorcillo aterciopelado e íntimo. Bien distinto al soplo artificial de la bomba de calor, que te hace sentir como dentro de un inmenso casco de peluquería de señoras.

La mesa camilla sugiere escenas de bisbiseo, de chismes, de partidas de cartas, de rosario, de carta escrita a pluma, de libro un poco gordote y aburrido, con luz tenue y alguna mecedora próxima.

El hecho de contener un corazón oculto, donde tradicionalmente iba el brasero, la convierte en una especie de teatrillo de las veladas invernales. Con el telón siempre caído, pero la función en marcha. La ópera de bolsillo de los pies calentitos.

Por eso, cuando contemplas a través de esa ventana secreta la mesa camilla de una casa, es como si de repente te susurrase al oído algunos secretos. Como si a partir de ese momento supieses algunas más sobre la historia de aquella familia.