´Si no ve lo que busca, pídalo´. Esta frase en un cartel cuelga del techo de la ferretería La Central, el emblemático comercio de la calle Sant Magí, aunque podría ser un buen lema para el barrio de Santa Catalina. "Aquí tenemos de todo", asegura el presidente del mercado, Virgilio Izquierdo. Cuenta que "ya desde finales de los años 70, los extranjeros que vivían en El Terreno, Cala Major, Sant Agustí o Illetes venían aquí a comprar y pedían productos como vino y quesos franceses, whisky escocés y especialidades culinarias que no encontraban en otros lugares. Nos tuvimos que espabilar y prácticamente fuimos los primeros en aprender idiomas", se jacta quien nació en el carrer gran, como llaman los cataliners a la tradicional Sant Magí. El barrio se ha convertido en el más cosmopolita de Palma gracias a los cambios vividos la última década, pero albergaba el germen de la multiculturalidad debido a su origen marinero y el asentamiento paulatino de bares y restaurantes regentados por personas de gran variedad de nacionalidades.

"La cercanía del puerto hace que muchos trabajadores de los yates alquilen o compren un piso aquí. Han puesto el barrio de moda, aunque continúa siendo tranquilo. Santa Catalina está cambiando para bien", afirma Gabriel Serra, quien nació en el vecino barrio de es Jonquet y está al frente de La Central junto a su familia. Su padre entró a trabajar de mozo con 12 años en el histórico establecimiento de 1908, también conocido como Ca Don Pau en referencia a su primer dueño. Al no tener éste descendencia, el padre de Gabriel adquirió la ferretería y ahora es el turno de la segunda generación, acostumbrada a que numerosos turistas fotografíen este edificio modernista declarado Bien de Interés Cultural.

Lo mismo ocurre en Can Frau, un pequeño bar del mercado que ha saltado a la fama gracias a las recomendaciones de chefs tan prestigiosos como Ferran Adrià, revistas gastronómicas, un artículo del experto José Carlos Capel, guías turísticas alemanas y hasta una japonesa, además de una mención en el New York Times. Pedro Frau lleva 22 años en el establecimiento regentado junto a su padre y su hermano. Confirma que el barrio "es muy internacional por la cercanía del puerto y los extranjeros que han venido a vivir aquí buscando la calidad de vida mediterránea", aunque destaca la importancia del mercado, debido a que "es el corazón de Santa Catalina y todo lo demás se ha ido creando a su alrededor. Si un negocio va bien, los de al lado también van bien, siempre que ofrezcan algo bueno", concluye Pedro tras la ajetreada jornada del sábado.

El presidente de los tenderos y dueño de un puesto de alimentos gourmet define el mercado como "pequeño, coqueto y acogedor", y lo extrapola al resto del barrio. "Uno de sus principales valores es que parece un pueblo pegado a Ciutat". La misma opinión tiene Serra, quien recuerda además que "está cerca de la playa, del centro y del aeropuerto".

"Tenemos un ambiente muy familiar, muy agradable. Se vive muy bien, porque la gente es muy amable, te conoce y saluda por la calle", resume la catalinera Anita Cerdà -que lleva 40 años en la zona- mientras realiza unas compras en la mercería Nadal, de 1924. Antaño llamada Ca Don Miquelet, en enero pasó a manos de Lietina Binimelis después de más de un año cerrada, porque enfermó la hija del propietario, Catalina Nadal. En vez de acabar convertida en un bar, la mercería seguirá teniendo de todo, dentro de su especialidad, debido a que Binimelis se ha embarcado en esta aventura atraída sobre todo por "el ambiente de la tienda y la animación del barrio".

El empuje definitivo

El empuje definitivo para que Santa Catalina se convirtiese en el barrio más cosmopolita de la ciudad empezó hace una década con la inmobiliaria B Connected. Christine Leja y Andree Mienkus pusieron los ojos en el barrio cuando todo el mundo miraba hacia el casco antiguo y aquí solo había pisos degradados. Pese a ello, "tenía mucho encanto y nos dimos cuenta de que había un gran potencial", rememora Leja. Valoraron lo mismo que quienes llevan toda la vida: "carácter de pueblo, pero cerca de Palma", además de "tranquilidad, luz a causa de las calles más anchas, proximidad a la costa y un gran movimiento gracias al mercado", enumera la empresaria.

Desde el principio tuvieron en mente que "podría convertirse en el Notting Hill de Palma o algo parecido al Soho de Nueva York, que hace tres décadas no era nada". B Connected contaba con un diamante en bruto, aunque había que venderlo. "Teníamos que transmitir esa visión, ese cosmopolitismo aún por crear, que costó mucho esfuerzo". La también arquitecta afirma que la variedad de bares y restaurantes con comida de todas partes del mundo "no era suficiente para ser cosmopolita, ya que hacía falta un concepto global". Rehabilitaron, y continúan haciéndolo, pisos antiguos para "adaptarlos con gusto y calidad a un estilo de vida moderno". Posteriormente abrieron una tienda de ropa y muebles vintage, otra "con una mezcla loca" de artículos de todo tipo que pretende "dar color al barrio", así como una boutique de alta calidad.

En Santa Catalina "conviven trabajadores de clase media con un multimillonario de Estocolmo conocido no por su dinero, sino porque toma café en El Isleño; mallorquines con extranjeros; jóvenes con mayores, etc. Ésta es una de las mayores riquezas, la mezcla", concluye.

"No es un barrio de nuevo rico, sino bohemio y sencillo a la vez, de gente que no pretende aparentar, porque nadie sabe qué hay detrás de cada fachada", tal como explica el propietario de La Madeleine de Proust, Laurent Techt. Montó esta panadería y cafetería, con una gran variedad de panes y dulces, en 2005 junto al mercado, pero conoce Santa Catalina desde hace más de dos décadas porque antes tuvo otro negocio allí. De aquellos años recuerda que "era más tranquilo, no había tantos extranjeros y los que venían no residían aquí". Es lo que hace Carina Bennàsar, es decir, acudir al barrio de vez en cuando para comprar productos escandinavos, ya que su madre es sueca, y disfrutar de los muchos restaurantes que hay.

El marinero neozelandés Danny Rooke lleva ocho meses viviendo entre el puerto y Santa Catalina, donde acude a "comer y beber, porque es bonito y muy entretenido". Lo confirman en el supermercado Britvit tanto Eve Sheppard como Anja Ewers, que comparten su pasión por este pequeño Notting Hill de Palma con más de 200 negocios en poco más de una docena de calles, de los que un centenar son bares y restaurantes. La responsable de la compañía B Connected espera que en el futuro haya una mayor variedad y creatividad para llegar a ser el Soho de Ciutat.