Cuando el pasado viernes por la tarde José María Rodríguez registró en la sede del PP de la calle Palau Reial su candidatura para presidir de nuevo el PP palmesano, el alcalde Mateo Isern se encontraba en la otra punta de la ciudad, en la Fundació Pilar i Joan Miró, en el primer acto del veinte aniversario del centro. Asistía al homenaje al recientemente fallecido Emili Fernández Miró, nieto del pintor catalán, pero al conocer en el transcurso del encuentro que las intenciones de Rodríguez eran reales y se habían materializado pese a todo, su sorpresa fue enorme. E imaginamos que su decepción también. Desde el inicio del proceso, el alcalde entendía que, fuera el que fuera el futuro que le deparaba la imputación en el caso Over, el tiempo político de Rodríguez ya había pasado, que la presidencia del PP de Palma debía reflejar en este momento la nueva realidad del Ayuntamiento que los ciudadanos habían apoyado de forma masiva y que la sola pervivencia de Rodríguez en ese puesto ya suponía un lastre para él, para su gestión en tiempo de penurias económicas y para sus promesas de renovación.

Cuando se inició el proceso, Isern estaba dispuesto incluso a actuar personalmente para liderar la renovación de la junta territorial. Prefería no optar a la presidencia y que lo hiciera alguien de su confianza, aunque muy pronto ya advirtió a Rodríguez de que si le obligaba se enfrentaría a él. Sin embargo, Bauzá le detuvo con el ya conocido: "Quieto. De Rodríguez me ocupo yo". Pero el veterano político no se dio por enterado, desafió al president y líder del partido y siguió agarrado a su silla, su última opción real de supervivencia antes de que los teléfonos dejen de sonar y su influencia se esfume. "He pecado de inocente", reconoció más tarde Isern. De inocente por creer que Bauzá lograría hacer capitular al gran dinosaurio y sobre todo por pensar que todos los miembros de su equipo estarían realmente a su lado, incluso Álvaro Gijón, el equidistante.