No hay nada como tener un vecino que toque el piano. Puede que mucha gente considere una lata el sonsonete permanente de las escalas. De las piezas empezadas varias veces. Esa música que se cuela por las paredes, los patios interiores, las escaleras. Y quieras o no forma un fondo sonoro a tu vida.

He tenido varios vecinos pianistas. Recuerdo una época en Suiza, cuando escuchaba a un auténtico prodigio. Tenía un dominio perfecto de las teclas. Con un único problema: siempre tocaba la misma melodía. En concreto Lady Madonna de los Beatles. Fuera mañana, tarde o noche, escuchaba la misma melodía. Ejecutada con toda pulcritud. Al principio he de reconocer que me resultaba algo exasperante, y me tapaba la cabeza con la almohada si estaba durmiendo la siesta.

Pero conforme pasaba el tiempo, le acabé por coger el gustillo. Hasta el punto de que si me asomaba al balcón y todo estaba en silencio, me decía: "¿Y qué pasa con Lady Madonna?".

A partir de entonces, he disfrutado de todos mis vecinos pianistas. Fueran como fueran sus ejecuciones. Uno de los últimos siempre se disculpaba en la escalera, y no podía creerme cuando le aseguraba que estaba encantado. Y que no me importaba en absoluto si tocaba bien o mal. Lo que me gustaba era escuchar un piano en la casa.

El piano invisible trae una brisa humanística y misteriosa a tu vida cotidiana. En lugar de los sonidos más ordinarios, el piano siempre nos evoca la figura invisible del ejecutor o la ejecutora. Suena intemporal, cálido, romántico. Despierta los ecos más profundos de nuestra psique, como ciertos sonidos reverberan a veces con las teclas de un piano dormido.

Cuando se anuncia una casa en venta o en alquiler, y se prodigan sus virtudes, debería añadirse: "Y tiene vecino con piano". Si el interesado es sensible, siempre será un punto a favor.