Palma. Ciudad desvanecida, Ciudad sumergida. Así la escribieron y la describieron Marius Verdaguer, José Carlos Llop. Antoni Serra describió a su Gent del carrer. Palma. Ciudad azul Prusia. Ciudad arena Mohave. Ciudad morada. La pintó como nadie Antonio Gelabert. Palma, ciudad de viento.

Fuerza 7 y fuerza 8 en el pronóstico. A ratos, ayer, se cumplió. Si Palma no pierde sus palmeras por el picudo, las acabará perdiendo por las rachas que ayer arrastraban sus hojas como si fueran helechos o mochos viejos de muchos lavados. Las plumas del palacio de invierno temblaban no por agotamiento -porque el mamotreto sigue ahí dando un puñetazo a la vista y un desgarrón a nuestros bolsillos- sino porque Palma ayer fue ciudad sacudida por las ráfagas de un viento fuerza 7, a rachas fuerza 8. En martes y 13, víspera de huelga general.

Cuando esta ciudad se pone del color del llanto, cuando platean sus visillos y en el mar se suceden las mareas en destellos aguamarina, cuando en esos días además el termómetro marca 20 grados, los de la ciudad se recogen en casa. Les entra miedo. Se masca la tragedia. Se huele la tormenta.

También Rajoy teme el tsunami quizá por eso, 24 horas antes de la huelga general, invoca al francés para meter miedo, y no elige a Poe sino a Victor Hugo. Será porque en Francia nos dan cien mil vueltas en liberté, égalité, fraternité.

"El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad", dijo la víspera de la huelga. Miedo a que la gente se le eche a la calle, y piruetas del destino, justo ayer se celebra el juicio del Prestige, el escándalo que salpicó al PP de Aznar en pleno, Jaume Matas, ministro de Medio Ambiente. Se masca la tormenta.

Siempre hay algún que otro airado que le hace un tanto a los pronósticos más negros y se echa a la calle con fuerza 7 y fuerza 8. Sin mirar a las desmelenadas palmeras, con la vista al frente. Como ese ciclista que desafiante recorre a pedales un paseo desierto. Por testigos, un carguero y un elegante velero de dos palos.

Hay quien echaba pestes de la borrasca y le daba la culpa al martes y 13, porque hay quien es aficionado a buscar en fechas, en calendarios mayas y en augurios de bola de cristal a los culpables de cualquier contratiempo. El mal agüero del número 13 al parecer la exportaron los escandinavos aunque también se cuenta que la expandieron los españoles a América Latina. La trezidavomartiofobia se practica en la Europa mediterránea, sobre todo en España y Grecia, y gracias a Colón y compinches en América del Sur.

Palma de viento, en martes y 13, con picos de rachas y algún que otro ciclista, paseante, desafiando el mal agüero y las supercherías.