Se intentó pero el dinero es el dinero y nada se pudo hacer para evitar que el Montepío del Arrabal de Santa Catalina recogiera sus 118 años de historia obrera y se fuera con sus bártulos a otra parte, a Caro 52. En sus últimos años, era más un lugar de encuentro de los jubilados de Santa Catalina, que pasaban sus horas lentas jugando a truc, burro y pinacle, que un foro reivindicativo y asociativo. Ahora suena el martillo, hay obras. Al parecer se va a abrir un asador de carne.

Aquellos como Pedro Palmer o Llorenç Sabater, que dejaban su tiempo en el local ajedrezado -el suelo de baldosa hidraúlica, blanco y negro se mantiene, al igual que las columnas de hierro fundido-, no saben nada del porvenir inmediato de este local de la calle Fábrica. Ni saben ni quieren saber. Salieron escaldados. "Se intentó todo pero el Ayuntamiento no nos ayudó. Son culpables, pero no hemos dicho la última palabra", asegura Pere Felip, presidente de la Asociación de Vecinos de Santa Catalina, entre otras.

La falta de liquidez para seguir afrontando los pagos mensuales de alquiler a los propietarios del local motivó el traslado del Montepío el pasado 6 de febrero. Las ayudas institucionales tampoco pudieron continuar, concretamente fue el Consell de Mallorca el que subvencionó el local durante años, y no fueron suficientes los intentos de los vecinos, ni de la coalición del PSM-IV-ExM, reclamando el velo protector de la comisión de Patrimonio para el edificio, petición que fue rechazada finalmemente.

No parece que el nuevo inquilino de parte de este edificio de Santa Catalina vaya a permitir que pierda su sello estético. "Las obras son menores", indica un picapedrero. Otra cosa es que donde se fraguó la solidaridad entre trabajadores del barrio acabe vendiendo hamburguesas a la plancha. Por otro lado, una comida bastante económica. El Montepío del Arrabal no solo fue un local de asociacionismo obrero de la ciudad, en un barrio compuesto por pescadores, cordeleros y zapateros, principalmente, sino que además sirvió de lugar de encuentro. La vida concentrada en los momentos de respiro en ball de bot, en canto de corales, en partidas de truc, en organización de excursiones.

El Montepío estuvo antes en las calles Cerdà y en Can Ripoll. Su momento álgido coincidió a principios del siglo XX cuando llegó a tener más de mil socios. Al avanzar el sistema de prestación social, este caja de ayuda social, el Montepío, dejó de tener razón de ser y se dedicó a la parte más lúdica de su labor social. Fue el bar donde los hombres, sobre todo, se reunían a echar una partidita mientars caía algún que otro reventat o un cognac.

Los gorgoritos de Doña Francisquita u otras óperas se podían escuchar desde Fábrica hacia abajo porque en el Montepío se cantaba zarzuela. Al lado, se han instalado dos artesanas de la aguja y el hilo que cosen los ´atrezzos´ de anuncios y películas.