Cada época tiene sus preferencias comerciales. Sobre todo en esos brotes súbitos que denotan cambios profundos en la psique colectiva. Muchos recordarán la época en que empezaron a proliferar los Video-clubs. En cada manzana encontrabas uno, y parecía realmente el negocio del futuro. Hasta que con los cambios tecnológicos, la mayoría de Video-clubs pasaron a convertirse en tiendas de informática. Y luego en franquicias de telefonía móvil. Más tarde en fruterías, y así sucesivamente.

En estos momentos, vivimos el auge de las grandes superficies de Fitness. En poco tiempo han surgido locales espectaculares, con enormes escaparates, donde la gente se agolpa para correr sobre una cinta o mover palancas de máquinas.

Estos Fitness abiertos a las miradas de todos tienen su propia significación. Nos indican en primer lugar que mucha gente se aferra a la forma física en estos tiempos de crisis. Como un valor de seguridad y autoafirmación.

Pero, al mismo tiempo, el carácter abierto y exhibicionista nos indica el elemento social. La gente gusta de acudir a los centros de Fitness para alternar, para que les vean. No tiene el antiguo elemento un poco vergonzante del gimnasio. Ahora son una seña de identidad.

Resulta todo un espectáculo pasar por delante de ellos a la hora de salir del trabajo. Esas luces oblícuas, esas siluetas esforzándose, esos horizontes de barras, máquinas y artilugios.

Tal vez resulte difícil comprender el alcance psíquico de esa nueva tendencia, demasiado contemporánea para ser historiografiada. Pero sin duda forma parte del registro mental de una época. Valores compensatorios, que llenan otros vacíos. Ensueños sobre el propio cuerpo. Mitificación del concepto de la salud física, como sustituto de la salud espiritual.