El bar Pesquero forma parte del paisaje emocional de varias generaciones de palmesanos. Muchos han disfrutado allí de veladas familiares, románticas o de amistad que nunca olvidarán. Uno de ellos es Miquel Dolç, que de niño acudía con sus padres a tomar el vermut en la terraza con vistas al muelle de pescadores. "Después vine con mi pandilla de amigos y más tarde con mis sucesivas novias", recuerda con una sonrisa. Su vida profesional le ha llevado a ser, desde hace 15 años, uno de los socios -junto a Lorenzo Ruz- del llamado Café Port Pesquer y acaban de iniciar una importante remodelación en la que invertirán algo más de un millón de euros.

Es uno de los establecimientos pertenecientes al puerto que se encuentran en pleno proceso de mejora. La Autoritat Portuària lo ha sacado a concurso este año y ha renovado la concesión a los mismos gestores. En cambio, las cafeterías Dársena y Varadero tienen nuevos adjudicatarios, quienes también modificarán dichos locales por completo. El año pasado hizo lo mismo el nuevo socio del Anima Beach (antes era el bar Gabi), que abrió sus puertas en julio en la playa de Can Pere Antoni, convirtiéndose en el primero de estos negocios de restauración que se adapta a los nuevos tiempos. Entre los cuatro, invertirán más de tres millones de euros.

Cambio radical

Unos apuestan por "mantener la esencia", según las palabras del propietario del Dársena, Mateo Oliver, y el socio del Pesquero; y otros quieren un cambio radical, como el Varadero. Juan Cabrera y su hijo Juan Carlos Cabrera son conocidos por regentar el Molí des Comte. Sin embargo, ahora se embarcan en la aventura del "crucero en tierra", como define el expresidente de la asociación de restauradores este negocio ubicado al final del Moll de la Riba, "con unas vistas de la Seu inigualables, las mejores que puedan existir", asegura. "No hay otro igual, por lo que desde el principio quisimos apostar por él y creo que llegaremos a buen puerto", destaca.

Comenzarán las obras tras las fiestas navideñas y reabrirán poco antes de Semana Santa. Quien frecuentaba el antiguo negocio se encontrará "un local moderno y acogedor donde la gastronomía se basará en pequeñas raciones de platos clásicos mallorquines para que los clientes tengan una gran variedad donde elegir". No obstante, el Varadero abrirá todo el día, por lo que habrá desde desayunos hasta meriendas y coctelería por la noche.

La reforma arquitectónica, a cargo de Josep Crivillé, llamará la atención sobre todo en la parte exterior, por la estructura de la terraza ampliada y los futuristas parasoles que se van moviendo automáticamente dependiendo de la posición del sol y de cómo sople el viento. La inversión del proyecto asciende a casi 700.000 euros y los dueños del Molí des Comte gestionarán el Varadero durante más de 13 años, al igual que el Pesquero y el Dársena, tal como ha marcado el organismo portuario estatal.

Los concesionarios de estos dos ya están en pleno proceso de renovación, aunque ninguno busca una transformación total. "Ofreceremos lo de siempre, pero actualizado. No perderemos las raíces, porque no pretendemos convertirnos en un chill out o un beach club de esos que están tan de moda", en palabras de Miquel Dolç. El arquitecto del Pesquero, Julio Alba, se encargará de que el negocio situado en el Moll Vell continúe teniendo "un carácter mediterráneo y tradicional, a la vez que urbano". El motivo de que la inversión supere el millón de euros se debe a que la Autoritat Portuària les obliga a duplicar el número de metros cuadrados -medirá unos 200- para que la cocina sea más amplia. Cuando Dolç y Ruz se presentaron por primera vez al concurso público para optar a la concesión, hace 15 años, el local que existía -con cuatro décadas de antigüedad- medía precisamente unos 200 metros cuadrados y tuvieron que demolerlo para construir el que ahora se debe ampliar, tal como relatan los socios respecto a esta aparente contradicción.

La cocina más grande traerá una carta más extensa, a base de tapas, arroces, pescados y carne a la parrilla, sin olvidar que por la noche seguirá habiendo cócteles. "Fuimos los primeros en Palma en combinar comidas y copas en un mismo ambiente", indican. También fueron pioneros en la ciudad en cubrir la terraza (de 500 metros cuadrados) con tarimas de madera, algo que ahora es bastante habitual en los bares de la costa. En cuanto a la fecha de apertura del renovado Café Port Pesquer, calculan que "para febrero o marzo".

Un castillo en el Dársena

El único de los cuatro que tiene un área de juegos infantiles es el Dársena, situado también en la primera línea del puerto, justo a la altura de la calle Monseñor Palmer. A partir de mediados de enero, los niños de los clientes estarán de suerte, debido a que la arquitecta de la reforma, Irene Oliver, proyecta como novedad un castillo infantil. Asimismo, y "exceptuando la característica estructura en forma de barco, modificaremos absolutamente todo, como la distribución de la cocina, que era vieja y pequeña; la barra exterior, que se elimina; y el obsoleto mobiliario, que se sustituye por otro más acorde", en palabras del adjudicatario, Mateo Oliver. Además, la terraza junto al concurrido carril-bici del paseo Marítimo estará rodeada de cristales correderos, con el fin de aprovechar mejor los meses de invierno; y tendrá el suelo de madera, añade. Es la primera vez que este empresario se mete en el mundo de la restauración y en su nueva etapa quiere, como los demás, ampliar la carta de platos para que el Dársena sea también un restaurante, así como bar de copas por la noche. Para todo ello ha invertido cerca de 400.000 euros, "más los imprevistos, que siempre los hay", recuerda.

Canon anual

Debido a que dichos negocios se encuentran en el dominio de la Autoritat Portuària, sus gestores tienen que pagar un canon anual por su explotación, además de la inversión realizada para mejorar los establecimientos. El canon incluye la tasa de ocupación y la de actividad. El más costoso es el del Pesquero, que asciende a 251.500 euros anuales; le sigue el Dársena, con 201.104 euros; a continuación viene el Varadero, con un coste anual de 156.143 euros y, por último, por estar más alejado de la zona urbana, viene el Anima Beach, con un canon de 63.601 euros, según fuentes de la Autoritat Portuària.

El organismo estatal destaca que "todas estas inversiones por parte de los concesionarios son un gran impulso para la primera línea del puerto, porque cambia su fisonomía y lo modernizan".

Sin embargo, la otra cara de la moneda la protagonizan los dos negocios de concesión pública ubicados en la parte occidental de la costa palmesana, una cafetería con aparcamiento en el muelle de las golondrinas y otra situada en la dársena de Can Barberà, ya que los concursos convocados para su gestión han quedado desiertos. A causa de la crisis, los anteriores adjudicatarios renunciaron a ellos y ahora la Autoritat Portuària no sabe qué hacer. Mientras unos invierten en el futuro, otros han quedado varados en tierra sin vientos de cambio.