No puso el pie pero la calzaron. La reina Victoria Eugenia encargó a Estarellas unos zapatos de fantasía, llenos de pedrería. Sus dueños los tuvieron expuestos como un tesoro brillante. Los elaboraron en una fábrica de Inca. Los Borbones del siglo XXI siguen pidiéndoles zapatos náuticos a granel a la que hoy es la zapatería más antigua de Palma, Calzados Estarellas, en manos de la misma familia desde que en 1916 la abrieran Miquel Estarellas Busquets y Margarita Perelló Homar. El nieto, Francisco Estarellas Martorell, lo regenta aún a sabiendas que "¡va mejor cuando no estoy yo!". Su humor está lleno de sal y pimienta. A su lado, su esposa Jerónima Jover, compañera a su vez de travesías del conocido ´capitán Tormenta´, uno de los pocos navegantes mallorquines que ha dado la vuelta al mundo. "Un sueño que tuve ya desde pequeño", apunta.

La calle Colom -en su tiempo se la llamó Colón- no sería la misma si no estuvieran los Estarellas Jover. Muy de cerca, la dependienta Francisca Macías, que siguió los pasos de su madre Micaela Pastor, que también trabajó en la zapatería.

Xisco Estarellas traza en unas líneas el libro de bitácora de este negocio: "La abrieron mis abuelos en 1916. Él tenía un taller de zapatos en sa Calatrava. Cuando se murió en 1937, los cuatro hijos se repartieron distintos negocios, la zapatería de la calle Jaume II fue de mi tío Sebastián; el Palacio del Calzado, del tío Rafael, que era el mayor de los Estarellas, y mi tío Miguel se hizo cargo de una fábrica y negocio de muebles de su esposa Francisca Bestard. Así es que mi padre se quedó con la zapatería de Colón. En aquel tiempo nadie quería acciones de calzados porque los señores se hacían los zapatos a medida y las clases populares calzaban alpargatas, así es que lo veían como un negocio ruinoso", relata Xisco Estarellas.

Llegaron a tener seis empleados, dos dependientes, un ayudante, una mocita y dos chicos de reparto porque "las señoras nunca iban cargadas con bolsas". Incluso algunas ni se probaban porque "las dependientas tenían sus propias señoras y guardaban sus medidas", narra Xisco Estarellas. Eran unos años en que "los zapatos solo eran negros o marrones, y blancos en verano; a partir de ahí se podían combinar, pero colorines.... nada de nada". El tranvía, de doble vía, paraba justo enfrente del negocio que aún hoy guarda cierta semejanza con su patrón gracias a la otomana de color granate, aunque "sea una copia de la original".

En realidad a aquel crío lo que le gustaba de verdad era el mar. Veraneaban en El Molinar y allí fue donde además conoció a Jerónima. "Yo iba a pescar con mi padre, bueno, no me gustaba porque me tenía que levantar muy pronto y además me aburría, así es que a mitad de la mañana, tiraba la gamaba al mar". Aquel criajo acabaría dando la vuelta durante dos años, acompañado de sus hijos Miguel y Toni, uno, la vuelta completa y el otro, la mitad. Jerónima cogió más aviones que en toda su vida porque cada mes se acercaba allá donde estuvieran. Después les dejaba navegando el mundo. "Fue un sueño que se hizo esperar porque al ser hijo único cuidé a mis padres. Al morir mi madre en el año 74 recuperé la idea".

Cuenta mil y una historias de su padre, que fue colombófilo, son relatos que hablan de palomas como la que llegó a Buenos Aires procedente de Mallorca o de cómo casaban a aquellas aves que echaban el vuelo en las llamada sueltas.

Errol Flynn recaló a menudo en la zapatería porque entre navegantes la lealtad es primordial. También fue la "casa" de Simón Andreu, de la USA NAVY, de la hija de Franco a la que compraron sus zapatos de primera comunión... "No es ni la sombra de lo que fue", señala sin llantinas. La mordacidad preside el discurso de este navegante rodeado de zapatos. Para muestra un botón: "Un día, hace unos tres años, vino una inspectora y nos dijo que teníamos que poner un letrero que indicara la salida. ¿Crees que es necesario en esta pequeña tienda? Le pregunté si podía ponerlo en cualquier idioma y me dijo que sí. Pues muy bien, lo puse en árabe. ¿Acaso los mallorquines no somos moros?".