Cementerio, en griego "dormitorio". Esa otra ciudad de los cipreses y las cruces. Siempre solitaria, menos los días que preceden a la jornada de ayer. Entonces aparece transitadísima, cuidada, llena de flores y familias. Alegría pasajera, ya que al día siguiente volverá a su melancólica placidez. A la espera del próximo día de Difunts.

Durante las jornadas siguientes, aparecerá un poco espectral. En algunos rincones arderá todavía alguna vela. Como una claridad fantasmagórica surgida de la nada. Los papeles y cintas que envuelven los ramos crujirán a impulsos del viento. Algún recipiente de plástico, ya vacío, rodará por las avenidas haciendo un ruido inusual. Sugiriendo la presencia de algo que no se espera. Y sólo los mirlos, que son muy aficionados a entrar y salir de los arbustos y los setos, romperán el silencio invernal que de nuevo se cierne sobre la ciudad de los muertos.

La ciudad, en general, ha sido injusta con el cementerio de Son Tril·lo. Ya en el momento de su puesta en marcha, fue considerado como lugar inhóspito e insalubre. Demasiado cerca de sa Riera, deshabitado. Una leyenda urbana afirma que los propietarios de Son Tril·lo, antigua "possessió" cuyas casas pueden admirarse todavía en el aparcamiento cercano a la rotonda, tapiaron las ventanas que daban a la necrópolis. Tampoco en el XIX la gente deseaba ser enterrada allí. Pesaba todavía la costumbre de sepultarse en las iglesias, en solar santo. Y a los palmesanos de entonces les daba como grima dejar a sus seres queridos en un descampado, lejos de todo. Un becqueriano "qué solos se quedan los muertos".

Después llegaría el terrible episodio de la guerra civil, los fusilamientos y los cadáveres a la espera de ser sepultados. Es una especie de mancha oscura, abismal, que pesa todavía sobre el lugar.

Tal vez eso explique que pocos palmesanos se acerquen en un día cualquiera para pasear por sus diferentes sectores. Algunos muy románticos, como el jardincillo del cuadro cuatro. O espaciosos, como las avenidas y bancos del llamado cementerio novísmo.

Es una pena, porque nuestro camposanto constituye un verdadero museo al aire libre. Allí podemos contemplar la obra de escultores ya muy poco recordados, como Tomàs Vila, Miquel Arcas, Joan Grauches. El diseño de arquitectos o "maestros de obra" de primera fila como fueron Bartomeu Ferrà, Gaspar Reynés, Gaspar Bennàssar, Miquel Alenyar, Gabriel Alomar. Y también la humilde herencia de algunos "picapedrers" de gran altura. De los cuales apenas ni se ha conservado el nombre, siendo el ibicenco Joan Serra uno de los pocos ejemplos.

Historia, arte, emoción, simbología. Las viejas fotos nos contemplan como si pudiesen leer nuestro pensamiento. El cementerio es dormitorio de recuerdos, paisaje para el sueño, arquitectura del pasado. Una experiencia que nos lleva muy lejos, estando como está aquí mismo.