El camión carga los escombros. La pared está a la espera de que la piqueta la eche a tierra. Quedan apenas unos días de trabajo para que el Frontón Balear, decían que uno de los mejores del mundo por sus instalaciones, forme parte de la historia. La imagen la tomó Lorenzo Frau en 1978 y, pese a los destrozos ya causados, nos da una idea de la magnitud del recinto deportivo en el que muchos de los estudiantes de los institutos o del colegio La Salle hicieron novillos -fullet- en las décadas de los años 60 y 70. Estaba en el Passeig Mallorca esquina con la calle que entonces se llamaba Ruiz de Alda y hoy Simó Ballester.

Fue promovido por el empresario Just Solà y varios socios e inaugurado el 31 de mayo de 1935. El edificio, diseñado por el arquitecto Jaume Alenyà, tenía bar, sala de baile y una grada con capacidad para más de 800 espectadores. Una gran escalinata conducía a los palcos. La pista medía 60 metros de largo, diez de ancho y siete de contrapista, aunque sus dimensiones fueron adaptándose a las distintas modalidades de juego que se practicaron a lo largo de sus cinco décadas de historia. Había, por supuesto, una sala de apuestas porque en el frontón, en el hipódromo y en el canódromo siempre corrió el dinero. Cuentan que allí se formaron grandes pelotaris o cestapuntistas como José Sallhei y Rafael Ortiz. En su pista también jugaron los mejores del mundo: Gamboa, Larrañaga, Solozábal... Nombres desconocidos para las generaciones de hoy pero que eran ídolos de multitudes en aquella época.

Las ruinas del Frontón Balear resultan de la confluencia de dos circunstancias, la caída de la afición y las maniobras especulativas en torno a la sociedad propietaria. Un venta de poco más de dos millones de las antiguas pesetas se transformó en pocos días en una reventa de 160 millones a una promotora alemana que construyó pisos de lujo. Suena, salvando las distancias, a las operaciones inmobiliarias promovidas desde clubes de fútbol para recalificar sus instalaciones y obtener pingües beneficios cuyo destinatario final no siempre queda claro.