Aunque Palma tenga una ley antibotellón, no habrá ninguna antibocata, como la polémica ley antipanino que el ayuntamiento de Roma acaba de aprobar para evitar que las hordas de turistas coman bocadillos en las calles del centro histórico o incluso con los pies metidos en la fontana de Trevi. "Aquí es completamente innecesaria, porque no tenemos ese problema. No hay suciedad causada por restos de alimentos tirados en la vía pública ni tantos negocios dedicados a la comida para llevar", según argumenta el concejal del distrito centro, Joan Pau Reus. Madrid sigue el ejemplo romano. Su ayuntamiento está elaborando una ordenanza de convivencia en la que tendría cabida dicha prohibición.

Quien habitualmente se reúne con todos los sectores de la zona más turística de Ciutat nunca ha recibido quejas en este sentido, pese a que muchos visitantes se comen el bocadillo o el picnic del hotel sentados a la sombra de los árboles de s´Hort del Rei, en los bancos del paseo del Born o en los de la plaza de España. Reus añade otro motivo para descartar una ley como la italiana: "Palma cuenta con una gran variedad de panaderías tradicionales que venden las típicas ensaimadas, cocarrois y panades. Teniendo este valor gastronómico digno de dar a conocer, si prohibimos comer en la calle, los turistas no comprarían estas delicias y sería contraproducente".

Ni los comercios ni los turistas consultados ven con buenos ojos la medida impuesta en la ciudad eterna. "No es una cuestión de prohibir comer en la calle, sino de educación. Sabemos que no hay que ensuciar los lugares que visitamos. Además, en Escocia nos ponen multas si tiramos algo al suelo y seguro que en todas partes existe esa norma", opina la turista Jill Graham. Su marido, Martin, cree que "si en Roma son muy estrictos, mucha gente la dejará de visitar, debido a que hay familias que no se pueden gastar el dinero en comer todos los días en restaurantes", tal como ejemplifica. Durante su estancia en la isla, el matrimonio escocés combina los bocadillos con las mesas a manteles, a diferencia de la pareja de turistas formada por Petra Wiechbüning y su marido. "Habitualmente comemos en los restaurantes, aunque quienes lo quieran hacer en la calle tienen todo el derecho del mundo, siempre que no ensucien", alega. Esta alemana considera que la ley aprobada por el consistorio de Roma "es una tontería y no servirá para nada".

Lo mismo opinan todos los negocios consultados. En City Pizza, que ofrece raciones para llevar de la comida italiana por excelencia, la camarera Juliette Darses destaca que "cada vez más gente pide una ración para llevar en lugar de tomarla aquí, pero son respetuosos, las calles están limpias y los trabajadores de Emaya pasan a menudo", como detalla. Según informaron desde la empresa municipal, el casco antiguo se limpia a partir de las seis de la mañana, aunque "se atienden las necesidades que pudieran presentar los puntos de mayor interés turístico con un repaso general de limpieza con 29 personas entre las 14 y las 21.30 horas".

El negocio Vitamin, en la calle peatonal Jaume II, vende zumos naturales y bocadillos hechos con baguettes. Los han ofertado este año por primera vez, ya que creían que tendrían éxito, pero "los turistas vienen con tan poco dinero que compran el pan y el embutido en el supermercado", afirma Cristina, la dependienta. Lo mismo ha comprobado Ana Montiel en el cercano local de Naturalmente, que asegura haber vendido "un bocadillo para tres personas. Hay de todo, aunque se nota que la crisis afecta en todas partes". Según la camarera Laura Oropesa, del Cappuccino Take Away, "la mayoría compra para llevar, porque cuando tienen poco tiempo, es práctico visitar la ciudad mientras comen". Por eso rechaza totalmente la normativa romana. Lo mismo dice Baltasar Aguilera, de la cafetería París, en la plaza Major. "Bastantes líos tenemos ya", concluye.