Atentos. Del rojo al verde. 21 segundos para sacar una sonrisa. Y, unos euros. Josefo, alias de un nombre "tan normal que ¡mejor no lo pongas!", se vino a Mallorca para practicar psicoblock y encontrar trabajo de cocinero. A lo primero, un sí tan alto como el vuelo del diábolo, ese que lanza al aire en el cruce de 31 de Desembre con Avenidas. En cuanto a cocinar, ha colgado el mandil y se ha colocado la nariz de payaso. "Hacer reír es fantástico y te ganas bien la vida", asegura. El promedio se salda con unos 50 euros al día, pero nos perdemos su bacalao al pil-pil o en salsa verde. "Mis especialidades", apunta.

Llegó mediada la temporada de verano. Dejó atrás su ciudad, Madrid, a la que volverá para "ver la nieve" desde el pueblo "okupado" de Navalquejigo. "Tiene una pequeña iglesia del siglo XIII preciosa", dice.

Los coches avanzan como un sol de otoño que quiere ser verano. Josefo se pega a su roja nariz y agarra las pelotas de goma, que al igual que el resto del material -mazas, diábolo, y sus pantalones de Agatha Ruiz de la Prada hallados en la basura-, ha reciclado.

Un semáforo como escuela de vida, un aprendizaje de lo humano en un guiño del rojo al verde. "Sí, haces mucha sociología. Los que van en los coches más caros no suelen ser los que más te dan. Por la mirada que te echan, adivinas qué tipo de persona, y la verdad es que los mallorquines no son nada agarrados. Es verdad que hay quien sube la ventanilla o no te miran cuando te acercas a pedir, o algunos hombres arrancan el coche cuando la mujer que va a su lado hace un amago de darte una moneda... Pero abunda la gente que te dice ´gracias, me has animado el día´ o aquellos que llevan niños y les hacen fijarse en ti", relata.

Se le ve contento a este treintañero porque además de trepar por los acantilados sin cuerda con caída libre al mar -Mallorca es cuna del llamado psicoblock, impulsado por el mallorquín Miquel Riera-, ha hecho amigos, puede vivir "bastante bien" y le espera en unos meses Madrid nevado. Los fogones pueden esperar.

Formado en la escuela Luis Irizar en San Sebastián, con experiencia en las cocinas del Kursaal y el hotel Reina Cristina, aún no ha encontrado trabajo en su profesión en la isla. Devolver la sonrisa en un cruce de calles le está dando de comer, incluso le han contratado para fiestas infantiles y como pintor de brocha gorda.

No es el único que opera en los semáforos de Palma. La ciudad cuenta con varios puntos -el paseo Marítimo y Balmes- en los que las artes circenses sacan del apuro a dos brasileños y a otro español. No se conocen pero los conductores les cuentan de la existencia de los otros. Entre ellos existe un código ético. "Respetamos las zonas". Todos saben que las mejores horas son "las de salida del trabajo; están más contentos". A esas horas van y en 21 segundos, una sonrisa y quizá unas monedas.