"¿Ignoráis por qué razón las ruinas agradan tanto? -se preguntaba el enciclopedista Denis Diderot-. Yo os lo diré; todo se disuelve, todo perece, todo pasa, solo el tiempo sigue adelante. El mundo es viejo y yo me paseo entre dos eternidades. ¿Qué es mi existencia en comparación con estas piedras desmoronadas?".

Las ruinas han provocado desde siempre una atracción irresistible sobre los humanos. Nos fascinan las de Chichen Itzá, en México, y las de Karnak, en Egipto. Nos atraen las del Coliseo romano, mientras nuestra imaginación intenta reconstruir las partes desaparecidas, y las del Partenón de Atenas, que completamos con líneas imaginarias y el friso expoliado en su mayor parte por los británicos.

Los pintores y dibujantes reprodujeron las ruinas de la antigua Roma con envidia presente hacia el pasado. Giambattista Piranesi (1720-1778), cuyas obras pudieron verse en la Fundació La Caixa de Palma en 2004, o Caspar David Friedrich (1774-1840) plasmaron vestigios de edificios reales o inventaron despojos pétreos que solo existían en su imaginación. El renacimiento, el neoclasicismo y el romanticismo encontraron motivos de inspiración en las obras humanas pretéritas que se resisten a dejar de ser gracias a la fuerza de sus muros pétreos.

Cada ruina tiene una historia. Toda ruina puede estar en el nacimiento de una leyenda. A partir de cada una de ellas se puede idear una nueva historia.

Los próximos artículos estarán dedicados a los cascotes de Palma. Será una recopilación de imágenes que van desde el siglo XIX hasta el siglo XXI. Desde el Convent de Jesús al Pont des Tren, todas tienen un denominador común: la presencia de escombros. Lo que cambia son las circunstancias de la desaparición del edificio: desde una desamortización hasta unos cartuchos de dinamita. Pero sobre todo detrás de las piedras de cada fotografía hay una historia de los mallorquines y de sus vicios y sus virtudes. Desde la avariciao o la desidia hasta las ansias de progreso o de mejorar la ciudad.