Dice Julio Viera que el humor le ha salvado de la locura. Bien cuerdo debe de estar, porque no deja de recurrir al humor en casi cualquier momento. El pintor surrealista nacido en Canarias hace 78 años lleva más de cuatro décadas en Palma. "Vine el día de Reyes para unos días y me quedé, después de estar diez años en París". En la ciudad del Sena coincidió con Hemingway, Dalí y otros reconocidos artistas. En Mallorca recaló en el barrio marinero de Santa Catalina. Allí celebró su cumpleaños hace una semana. "El tiempo no pasa, se acumula y queda grabado en la piel", recuerda en su invitación.

–Lleva casi 42 años en Palma, ¿cómo le ha tratado su tierra de acogida?

–Aparte de la puñalada trapera del que fue mi ruin marchante, los demás palmesanos me tratan y me han tratado correctamente bien, como yo a ellos, dentro de lo que cabe.

–Su pintura es surrealista, ¿la ciudad también?

–Fue algo modernista y como muestra tenemos el Gran Hotel. Sería surrealista si las islas se unieran con enormes tuberías submarinas.

–¿Ha cambiado a mejor o a peor?

–Ha aumentado más la cantidad de coches que de peatones. La mala circulación ha obligado a perforar galerías subterráneas para el metro. Añoro la isla de la calma de Rusiñol.

–El título de uno de sus cuadros es Insólita fiesta de Carnaval en Palma, ¿la ciudad le inspira para pintar?

–No soy pintor urbano, aunque sí marítimo, por mi litoral natal canario, del barrio pesquero de San Cristóbal, en Las Palmas. Me fascina la maravillosa Catedral de Palma en una panorámica formidable con el muelle lleno de yates ecuménicos.

–Usted invita a soñar con sus pinturas, ¿que soñaría para esta urbe?

–Lo que está ocurriendo, más que un sueño, es una pesadilla. Organizaría una manifestación unánime por la protección y el respeto a nuestro entorno y a la memoria de nuestros antepasados. Atacaríamos a las empresas especuladoras de la destrucción del patrimonio.

–Sus cuadros cuelgan de varios bares y restaurantes de Palma, ¿también estos negocios son galerías de arte?

–Hay cuadros míos en el Pigalle, la Bodega La Rambla, el Español, Diez Hermanos o Quinramis. No solo expongo en bares, incluso en museos. Dos de mis grandes cuadros figuran en la moderna pinacoteca del Vaticano. ¡Y no me importaría exhibir hasta en los infiernos! Sobre presentar mi obra en los bares y restaurantes de Palma, no rebaja mi categoría de genialísimo. Los bares con cuadros son cultas influencias de las tabernas artísticas de París, que están repletas de cuadros, esculturas, dibujos y fotografías. También tengo expuesto un grandioso cuadro de 30 metros llamado la Playa Fantástica en un antiguo supermercado que se llamaba Mercoisa. Lo vendimos a ese comercio a un precio de grandes rebajas, ¡esta maldita crisis!

–Fue tertuliano en la bodega Marina, ya cerrada. ¿Qué más ha desaparecido que eche de menos?

–El formidable ambiente de la plaza Gomila, muy cosmopolita. Allí expuse una colección que vendí al Tito´s Club y otras salas de fiesta de este nostálgico lugar internacional. Era como cruzar una frontera a un mundo donde todo era muy alegre. La droga y la especulación han convertido esta zona en un cementerio sin cadáveres.

–Fue nombrado hijo adoptivo de Santa Catalina, ¿qué opina de su transformación?

–La calle peatonal [Fábrica] ha frenado el escandaloso ruido y con el armonioso silencio se comprende mejor al ciudadano. Por tal motivo he compuesto una marcha quijotesca, en bocina menor, homenaje al andante peatón incomprendido. Quizá otra vez tenga que emigrar al extranjero, porque al parecer tengo mal aparcado mi caballete en España. Escrito está, nadie es profeta en su tierra.