Los motivos para aprender lenguas son diversos como ellas mismas. Un anciano le confesaba a un turista español en un balneario de Budapest que él había aprendido la lengua de Cervantes "para leer a Gabriel García Márquez". Ni qué decir que la conversación tuvo lugar en cueros porque el verbo y el cuerpo se alían bien si quieren. Y a ratos.

El alemán Thomas Wilden ha querido hablar castellano para ampliar sus horizontes profesionales. Cocinero y gerente de establecimientos turísticos (hospitality manager, para ser exactos, y así me indica él) asume que su lengua materna no le llevará muy lejos. En Mallorca hacemos el viaje inverso y le damos a Goethe, aunque sea a patadas, para hacernos entender por los casi dueños de la isla con consentimiento de la población autóctona, of course. "Creo que saber español es muy importante para un oficio como el mío. Igual después de España voy a otros lugares donde también se habla castellano", comenta. Por de pronto ya conoce Venezuela, México y Uruguay.

Como vamos de lenguas, no es mal lugar para trabarlas un mercado. El del Olivar es el más cosmopolita, con permiso de Santa Catalina. Hasta ahí llegó Wilden. Empezó abriendo brecha con el Yosushi-Sushi Bar-Take Away, muy castellano, sí señor, y tras comprobar que los makis, los sashimi o los nigiri están en alza, se decidió a montar obrador exclusivo de salmón. Frente a frente, su Pink Salmon es atendido por Misael López. "Es un nombre bíblico", señala "quien pertenece a Dios". Lo abrieron a finales del pasado año.

La miga del nuevo negocio de este cocinero alemán es comerciar con el salmón ahumado "directamente" en el local. No se arruga al afirmar que ofrece "el salmón más fresco de España". El pescado sale del horno y lo venden directamente. Para acompañar, cava y vino rosados. Estamos en territorio Pink. Hacen tapas y el salmón lo venden en su versión marinada, salvaje o con eneldo.

Antes de aparecer por Mallorca, donde llegó casualmente porque "en una de mis estanterías vi un libro que hablaba de la isla" para aprender castellano, trabajó en Suiza, concretamente en el hotel Richmond, donde fue chef laureado. Con dos estrellas Michelin en su haber, el cocinero se formó en Baviera durante tres años, el tiempo que exige la academia alemana para certificar el oficio. Tras la titulación, hizo prácticas en Berlín, Londres y Francfort "con muy buenos cocineros", apunta.

Asegura que su clientela es variada y subraya, con cierto orgullo, que "cuenta con muchos clientes mallorquines". El mercado del Olivar se está convirtiendo en una torre de Babel con pincho de maki y de salmón servido por "quien pertenece a Dios".