Fernando Llorente, mi vecino, me presta un folleto con el título Guía de Mallorca, recuerdo del Grand Hôtel. "Seguro que podrás sacarle provecho", me reta. Es una pequeña joya de principios de siglo XX que sus antepasados guardaron celosamente tras unas vacaciones en la isla. En menos de cien páginas nos desvela cómo han cambiado el turismo, la isla y nosotros.

Centrémonos en lo que fue el Grand Hôtel, hoy felizmente reconvertido en sede palmesana de la Fundació La Caixa. Su director y gerente Antoni Albareda i Canals se toma su labor como si se tratara de una cruzada: "Dignas son estas islas y en especial Mallorca de la preferencia del mundo culto que dedica parte de su tiempo y su fortuna a los viajes; y la dirección del Grand Hôtel, que cree haber prestado algún servicio en favor de ese conocimiento, espera encontrar un colaborador en cada viajero que haya pasado por este país, seguro de que ha de convertirse en espontáneo propagandista de sus atractivos". En otras palabras, Albareda es consciente de algo que aún hoy funciona: no hay mejor publicidad que el boca a boca.

El establecimiento se vanagloria de sus instalaciones higiénicas "confiadas a una de las casas más importantes de Inglaterra", de su "elegante ascensor eléctrico" y de que en la planta baja y "en sitio conveniente" estén instalados los WC para señoras y caballeros, "con sus correspondientes lavabos".

Los precios oscilaban desde las 2,50 pesetas de una "habitación sencilla con una cama" hasta las 15 de una "lujosa habitación con su cuarto de baño y WC". Los huéspedes de aquella época viajaban con ciertas frecuencia acompañados de un criado, su hospedaje costaba siete pesetas.

En el Grand Hôtel se hablaban "todos los idiomas modernos", lo que aparentemente excluía el latín y el griego y, en un sentido amplio, comprendía los casi 7.000 que se conocen en el mundo. Resulta evidente que el Grand Hôtel aspiraba a algo más que el bimercado alemán y británico sobre el que se sustenta la industria turística del siglo XXI en Mallorca.