Palma a la vista

Un cierto neorrealismo

Los niños salivaban al ver el carro del heladero de Can Che. Frente al local original, que ya no existe, se han pintado tres hombres a rayas

Lourdes Durán

Sólo ver aquel carrito tirado por un señor vestido de blanco que sacaba de unos conos plateados, como si fuera un mago, el rico helado se te hacía la boca agua. Tras Joaquín Aznar de Can Che corrían los niños de aquella ciudad austera que lentamente despertaba de una postguerra que se hizo muy larga. Palma tuvo también su neorrealismo y esos niños que juntaban sus pesetas y se arrimaban con ojos plato al carrito de los helados es una de ellas. Sucedía en las calles traseras de la plaza Quadrado, donde hoy se sitúan

rutas de ocio que no todos quieren, y donde sigue María Rosa, la hija del heladero.

Can Che dejó su Valencia natal y abrió la horchatería y heladería en 1929, el año de la crisis, el año que el mundo contempló atónito cómo se tiraban al vacío esos inversores en bolsa que pincharon aquella burbuja que en tan sólo tres días dejó en Estados Unidos a cien mil personas sin trabajo. Nada hemos aprendido de aquel latigazo de codicia. Al contrario, nos hemos esmerado en superarlo.

Y así hasta hoy, en las traseras de la plaza Quadrado donde sigue la hija del heladero dando conversación a algunos de los pocos vecinos que siguen en el barrio desde siempre.

Puerta con puerta, frente a ella, un dibujo aleccionador. ¿Quién pinta tan bien algunas puertas de Palma? Me pido una. Tres hombres con pijama de rayas ponen cara a la mañana. Una puerta derruida te mira de frente.

"En cada portal había un negocio, desde escobillas de pita para blanquear, a un almacén de zapaterías que estaban en Sindicat, una lechería, tintorerías, el bar de Can Remei. Todo estaba en la calle", relató en su día la hija del heladero. Sigue ahí, tal cual, con su delantal y su oído atento al habla de los demás. Ella también enhebra verbo.

"Un día vino a verme un chico muy majo. Estudiaba el barrio de sa Calatrava. Me dijo que era antropólogo y yo le pregunté, ´¿de esos que se comen a los hombres?" Aún recuerdo esa conversación con Mari Rosa, antes de que frente a ella se pintaran los tres hombres con el pijama de rayas, antes de que el azulete deslucido de la fachada otorgue algo de color a la calle Hostal de Can Bauló, donde un día abrió horchatería y heladería el de Valencia, donde los niños corrían tras el carrito hasta alcanzarlo en la plaza Major, deslumbrados por los brillos plateados del sombrero de los helados. El neorrealismo de Palma que hoy vemos a diario.

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