Mallorca, a lo largo de la época medieval, recibió la visita de casi todos los reyes de la Casa de Barcelona. Más tarde, ya en el siglo XVI, Palma tuvo una visita imperial: la de Carlos I. Fue quizás en esa ocasión cuando nuestra ciudad desplegó uno de los recibimientos más pomposos de su historia. Ese episodio, del cual ya dedicamos dos artículos, ha sido recordado a lo largo de los siglos. Ahora bien, después de este rememorado hecho, Palma permaneció durante siglos sin recibir la visita de otro monarca hispánico.

Por ello, no es extraño que cuando el 12 de julio de 1860 se anunció que, durante el mes de septiembre de ese mismo año, Palma recibiría la visita de los reyes de España –junto con sus hijos–, la ciudad, y toda la isla, estallase de júbilo. Un mes después de recibir la sorprendente noticia, se reunieron las autoridades, corporaciones oficiales y particulares, con la finalidad de organizar el recibimiento. El Ayuntamiento y la Diputación fueron las dos instituciones que llevaron el peso de los preparativos. Al mismo tiempo, desde el Gobierno Civil se envió un funcionario a la Corte para coordinar los diferentes actos con la Casa Real. Por su parte, la Diputación acordó construir un monumento con la efigie de la Reina, con el fin de perpetuar la regia visita a Mallorca.

En líneas generales, Isabel II y el resto de la Familia Real, debían llegar a Palma el día 13 de septiembre, permanecer en Mallorca unos tres días. Luego zarparían hacia Menorca, donde permanecerían otros tantos para después dirigirse a Barcelona. El periódico El Mallorquín, publicó la lista de todas las personas de la Real Servidumbre, unas cuarenta, entre las que se encontraba el maestro de música de la Casa Real, el valldemossí Francisco Frontera, unos de los mallorquines más cosmopolitas de la época. Unos años antes, Frontera, había contribuido a que Frederic Chopin y George Sand visitasen Mallorca.

Los periódicos iniciaron una serie de campañas a favor de la limpieza de las calles, y de la restauración y decoro inmediato de la ciudad. Así en el muelle se levantó un desembarcadero de gran ornato. Se construyeron arcos de triunfo en varios puntos del recorrido de bienvenida, y se sembraron nuevas flores en los parterres y jardineras repartidas por la ciudad. Entre el bullicio de los preparativos corrían por Palma todo tipo de comentarios acerca de lo que sucedería durante la augusta visita. Quizás uno de los más sorprendentes, fue el anuncio que afirmaba que Isabel II y Napoleón tendrían una entrevista en aguas de las islas, tal como nos recuerda Miguel Matas en su noticiario.

Poco a poco iban llegando barcos cuyas mercancías estaban directamente relacionadas con la visita real. El 22 de agosto arribaba al muelle el Edetana. En él viajaban un arquitecto y cuarenta operarios con quince bultos de papel y telas para "redecorar" el palacio de la Almudaina. El 26, en el vapor correo de Barcelona llegaban "lujosos muebles para alhajar el Real Palacio" y cuatro días más tarde llegaba el nuevo gobernador civil, José Fernández del Cueto, que substituía a José Primo de Rivera.

Precisamente, fue el nuevo gobernador que día 8 de septiembre dio a conocer una noticia que trastocaría todos los planes: Sus Majestades los Reyes adelantaban un día su entrada en Palma. Los nervios se apoderaron de aquellos que estaban involucrados en los preparativos del recibimiento. Una incesante actividad se extendió hasta el último recoveco de la ciudad. El día 9 llegó el vapor Patiño, capitaneado por el teniente de navío Manuel Lapuente. A bordo también se encontraban el teniente general Fernando Cotoner, los miembros del Real Cuerpo de Alabarderos y parte de la servidumbre real que se anticipaba para recibir a los reyes.

Al atardecer de día 11, el vigía de Portopí izó la señal de buques de guerra. La voz corrió como la pólvora, ya estaban aquí. Todas las campanas empezaron a repicar y el gentío no tardó en inundar las calles de Palma. Las autoridades –civiles, religiosas y militares– subieron a bordo del Jaime I para ir al encuentro de la real flota y dar la bienvenida a la familia real. Isabel II y su familia llegaron a bordo de la fragata de vapor Princesa de Asturias, la cual estaba a cargo del capitán de navío Patricio Montojo. En ella también se encontraban el duque de Tetuán, presidente del consejo de ministros o el comandante general de la escuadra, José Montojo. Entre otras muchas autoridades y empleados de la Casa Real, como la duquesa viuda de Alba, camarera mayor de Palacio. El resto de la flota estaba compuesta por un navío, una corbeta, cuatro vapores y una fragata francesa. El duque de Bailén, mayordomo mayor de Palacio; el arzobispo Antonio María Claret, confesor de la reina; el cronista real, Antonio Flores; el conde de Balazote, caballerizo mayor de la Reina; o el citado maestro de canto Francisco Frontera, eran algunas de las personalidades que iban a bordo de esos buques. Además, se encontraban un importante número de personas que formaban parte del servicio de la Familia Real: secretarios, azafatas, directora de estudios… o –a ojos de hoy– los sorprendentes cargos como el de mozas de retrete, o el ama de lactancia de repuesto.

Para muchos palmesanos y palmesanas, la noche del 11 al 12 de septiembre fue una de las más largas de sus vidas, tal como nos recuerda Jaime Conrado: "… toda Palma trabajaba de firme y durante toda la noche para tener listas las obras de los festejos, algunas de la cuales se hallaban aún muy atrasadas". Llegó la mañana de día 12 y, desde el muelle, pronto se pudo ver a lo lejos cómo se acercaban lentamente varias falúas, entre ellas una blanca, a bordo de la cual se distinguía claramente a la Reina, de blanco, tocada con mantilla española. Se protegía del sol por una sombrilla, también blanca, le acompañaba el resto de la Familia Real. Desde la torre más alta del palacio de la Almudaina, el Ángel Custodio había tenido que esperar tres siglos para poder volver a ver a los Reyes en Palma.