Sa torreta

Las flechas clavadas a Sant Sebastià

Joan Riera. riera.diariodemallorca@epi.es

La Leyenda Dorada –una recopilación de hagiografías enriquecidas por la imaginación de los autores– nos presenta a Sant Sebastià como un multimartirizado. Es asaeteado por los soldados del emperador Diocleciano, bajo cuyas órdenes ha servido como militar, pero sus heridas son curadas por Santa Irene. Cuando el mandatario se percata de la inesperada resurrección decide matarlo bien muerto. Ordena ejecutarlo por segunda vez y sus restos son arrojados a una cloaca para evitar que el cadáver sea recuperado. Al final, el pobre hombre se aparece a Santa Lucía y desvela dónde están sus restos, que son recuperados y enterrados por los cristianos con la dignidad requerida.

Las representaciones iconográficas más frecuentes de Sant Sebastià le muestran a partir del siglo XV como un hombre semidesnudo, con un cuerpo hermoso –de aquí su conversión tangencial en uno de los icono del movimiento gay– y atravesado por las flechas del martirio.

En 1523, un grupo de monjes trajo a la isla una reliquia de Sant Sebastià. Enseguida quedó demostrado que era un consumado especialista en el control de la peste. Desde un año antes, los muertos se contaban por centenares en la ciudad, pero el brazo de santo detuvo el contagio de forma inmediata. Los monjes decidieron entonces marcharse en busca de nuevos retos, pero cada vez que pretendían abandonar el puerto con el hueso, un temporal lo impedía. La conclusión lógica fue que Sant Sebastià, o al menos una parte de él, le había tomado el gusto a veranear en la isla –­corría el mes de agosto– y que deseaba instalarse aquí, en la catedral, que para eso tiene vistas al mar ¿Tomaría la misma decisión ahora, cinco siglos después?, ¿cuáles son las flecha simbólicas que Palma ha ensartado en el cuerpo o en el alma de su patrón entre los dos últimos 20-E?

Quizás lo peor que ha vivido la ciudad son los incidentes racistas ocurridos en Son Gotleu. Un intolerante no sería un buen patrón para Palma y Sant Sebastià jamás hubiera aceptado la violencia que se desató. Tampoco se sentiría orgulloso de un lugar en el que cuatro personas fueron asesinadas a lo largo de 2011. Ni de que la sociedad sea incapaz de solucionar el problema de miles de palmesanos parados y, en demasiada ocasiones, desesperados. Ni de los concejales corruptos que han visitado más veces los juzgados que el dentista... Este año habrá que mejorar, Palma tiene que esforzarse en agradar a su patrón, no vaya a ocurrir que Sant Sebastià se busque parajes menos problemáticos.

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