En un edificio con peso histórico se ha instalado el Tast Club, por darle algún nombre, ya que en realidad no lo tiene. Este local nació con vocación de ser un club privado de fumadores pero a resultados de la ley antitabaco no le quedó otra que apagar el cigarro, un año atrás. La inversión había sido copiosa así es que su propietario, Ramón Andreu, remató una serie de reformas en un espacio de 340 metros cuadrados y lo abrió al público, ya como restaurante, poco después. El boca a boca ha sido clave. El empresario de Palma vuelve a dar en la diana. Tiene ojo clínico para los restaurantes. Él prefiere hablar en plural porque asegura que "es un trabajo en equipo". Un colectivo integrado por más de sesenta personas.

En la recoleta calle Sant Jaume hubo alguna suspicacia vecinal cuando se enteraron de que se iba a abrir un restaurante y coctelería que se saldó con el sí de la comunidad al no ver perjudicada su calidad de vida. Ahora algunos de ellos cruzan ese dintel, bajo el saludo del escudo que da pie al relato que le contaron a Andreu.

"Los Cotoner, Nicolás y Rafael, pertenecientes a la Orden de Malta, vivieron en La Valeta en un lugar que era conocido como La Cotonera. Allí murieron pero algún familiar trajo los corazones de los dos Cotoner y están enterrados en una capilla de la iglesia de San Jaime", cuenta. Esos dos corazones presiden la fachada de un edificio del siglo XIX y que ahora cobija en su planta baja este restaurante.

Antes fue la sede del decorador Paco Terán, cuyos pasos sigue su hijo Daniel. Ambos tienen clavada una pica en la isla. Sin embargo, al Tast Club le ha dado su toque Lázaro Rosa-Violán. Cartas naúticas, detalles de escritorios de persiana en dimensiones colosales, papeles japoneses de seda, caftanes afganos y desde luego una vitrina con cigarros sustentan un espacio que pivota entre los lucernarios que entran de un pequeño jardín interior y la luz de las velas. Un lugar donde crees estar de viaje.

Por él desfilan mucho cliente autóctono y turistas que "vienen recomendados por los hoteles", subraya el propietario. Hay reservados, mesas grandes y más informal, una entrada de barra de bar con mesas y sillas altas. "En mi mundo me siento muy seguro. He aprendido a base de equivocarme mucho", cuenta Andreu, que se estrenó con veintipocos años, dejando los estudios de Derecho y abriendo su primer negocio en los años 80, el restaurante La Bóveda, al que han seguido, entre otros, el mesón Carlos I, La Cuchara y los dos Tast, el de Unió y el de Avenidas. "Empecé sin saber dónde me metía. Cuando quiero montar algo, pienso en qué lugar me gustaría encontrarme en mi ciudad", señala.

En el Tast Club la alianza con el cocinero Carles Pomes es fundamental. Criado entre fogones, sus padres regentan dos restaurantes, uno en Barcelona y otro en San Paul de Mar, él ha trabajado en el hotel La Florida, y ha sido mano derecha del chef del Gran Hotel de Sóller Andreu Gelabert. Antes que eso estuvo en Can Fabes de Santi Santamaría y en el de Carme Ruscalleda. Con platos muy sencillos, la calidad de la materia prima es talismán. Los números cuadran. Y el humo no ciega tus ojos.