En un pequeño seto del cementerio municipal de Palma, donde se agrupan las principales compañías aseguradoras del ´descanso eterno´, pasa desapercibida una placa de cobre. Apenas se la ve. Nada te lleva a ella. Ni un humilde letrero. Jean Gardner Batten está enterrada ahí. Una frase apunta: "Una viajera nata". Se queda corto el epitafio.

La conocieron como la Greta Garbo de los cielos. Se batió el cobre en el aire, en un mundo de hombres, el de la aviación, y quebró records mundiales, entre ellos ser la primera mujer que voló sobre el Atlántico Sur hasta el Brasil bajando la velocidad establecida. Desafiante, elegante, de una belleza etérea, Jean Gardner Batten se tropezó con la mandíbula de un vulgar can que la apearía para siempre. En Palma donde según su biógrafa, la historiadora Ian MacKersey, buscó pasar el resto de sus días tras enterar a su madre en Tenerife. Otros situan su lazo mallorquín en un apartamento en Porto Pi, donde llegó en los años sesenta. Moriría de ese mordisco canino en 1982.

Nadie la recordaba. Se había perdido el rastro de aquella heroína de los aires que en la primera mitad del siglo XX fue portada de revistas, aclamada por el Imperio Británico con reconocimientos como el de ser nombrada comandante del Imperio y, sobre todo, su Everest lo alcanzaría al recibir la medalla de la Federación Internacional de Aeronáutica. Dejó atónitos al volar sola desde Londres a Auckland en 1936, batiendo el record de Amy Johnson.

Nacida en Rotorua (Nueva Zelanda) en 1909, su padre, un cirujano dental, no vio con buenos ojos que aquella cría se saliera con la suya alentada por su madre, Ellen, una feminista de los pies a la cabeza, que colocaría sobre la cuna de la recién nacida la noticia del piloto Louis Bleriot cuando cruzó el Canal de la Mancha. Hay rótulos que marcan como oráculos. Hay nombres que predestinan.

Su vida trepidante chocaría de pleno con la historia. En la II Guerra Mundial no había ya lugar para sus pericias aéreas. Se quedó sin trabajo. El mundo fue su portal, siempre acompañada por su madre, hasta que al perderla en Canarias, regresaría a Inglaterra.

Según la historiadora Mackersey, llegó a Palma en 1982 con la idea de adquirir un pequeño apartamento donde pasar el resto de sus días. Se cruzó la parca en forma de perro que al morderla le provocó una infección de la que ella no quiso curarse. Nadie sabía quién era aquella excéntrica mujer. Acabó con sus huesos en la fosa común hasta que fue encontrada por la historiadora neozelandesa.

Ahora una placa de cobre, dedicada por el gobierno australiano, en la que se ve en relieve su rostro enmarcado por la gorra de aviadora, la recuerdan con unas escuetas palabras: "Una viajera nata". Rescatan su credo: Tener fe en Dios y confianza en uno mismo". Palma siempre tan literaria.