Estoy convencido de que los primeros descubrimientos de la psicología, y sobre todo los dogmas básicos de la teología, surgieron de la contemplación del cielo. Estamos convencidos de que el cielo es sólo un mapa meteorológico en bruto, un escenario decorativo, un capricho de la naturaleza. Pero quien quiere ver, ve. Y las reglas que determinan los grandes espectáculos del firmamento tienen siempre una connotación trascendente. Nos hablan de verdades interiores. Estos son días de irse hasta el Mirador de la Seo. Y desde allí, disponerse a asistir a una clase de conocimiento celeste. Probablemente, el concepto de una Divinidad trascendente que regla y desciende sobre el microcosmos humano nació de una imagen de estas. Esos raros momentos de mal tiempo, cuando el cielo está oscuro y arrugado. Cuajado en opacidades casi metálicas. Y de repente, un haz de luz lo atraviesa limpiamente, para iluminar de forma singular un edificio o un rincón marino. Es una visión tan sorprendente, tan metafísica, tan repetida en centenares de cuadros religiosos. Y nosotros, apoyados en la vieja muralla, todavía podemos contemplarla en cualquier latitud de la bahía. Si tenemos la paciencia de esperar. Si somos cazadores de luces. Como todo acontecimiento de cierto valor, esas luminiscencias que parecen preceder a la aparición de un santo o una Virgen son fugaces. Dependen del hueco que deja una nube, que modela la luminosidad como los recortes del teatro. Cuanto más estrecho, más preciso es el haz y más sobrecogedor resulta. Eso nos permite también pasar a otra verdad universal. La gente que circula por el lugar en donde se acaba de posar el dedo índice de la Divinidad no son conscientes de ello. Les parece que el sol ha salido unos instantes y ya está. En cambio, nosotros desde la distancia asistimos a todo el milagro. Vemos los perfiles realizados por esa luz que desciende de lo alto. Y que en la gramática del espíritu de cualquier creencia significa la verdad, la revelación. El que está demasiado cerca de las cosas importantes suele ignorarlas. ¿Cómo quedarse en casa viendo los infectos programas de televisión cuando tienes a tu alcance escenografías del espíritu? Aprovechemos el otoño. Esperemos en silencio como cazadores de metáforas cósmicas.