Palma fue una ciudad en pie de guerra precisamente por estar en contra de ella. En 2003, Estados Unidos y aliados iniciaban la guerra contra Irak y José María Aznar escenificaba en Azores un cuadro de risa si no fuera porque sus protagonistas fueron el cuarteto de la muerte. Aquella primavera de 2003, Palma, al igual que muchísimas ciudades de España, de Europa y de Norteamérica, salió a la calle porque se puso levantisca. Los balcones de las casas sirvieron de pancartas bien visibles de una algarada masiva que acabaría poniendo de patitas en la calle a Mr. Aznar que aún ahora legitima la matanza de Irak. Eso sí cobrando muchos miles de dólares cada vez que larga una de sus peroratas.

Aquellas banderas, aquellas sábanas blancas, aquellas proclamas que decoraron la ciudad durante meses fueron cediendo al paso del tiempo. Llegaron otros motivos para ponernos a decorar y Palma se vistió de rojigualda porque fuimos los amos del Mundial de fútbol el año pasado.

Sin embargo, ahora hay quien ha sacado al balcón otra pancarta con aquel eslogan: No a la guerra. En pleno centro comercial y turístico de la ciudad. A sus pies, las mulatas ofrecen sus servicios desde una compelería abierta a todas horas. A un lado de la plaza desde donde cuelga el pasquín de tela, una librería que otorga en sus títulos el bienestar "integral y eterno". Tiene la llave para convencernos que no, que no somos una ciudad en pie de guerra, aunque motivos no nos falten.

Será entonces que el alcalde de esta ciudad, Mateo Isern, ha declarado la guerra a sus habitantes, y estos han repescado y reutilizado las viejas proclamas. Porque si somos austeros, seámoslo también en nuestras pancartas. Reutilicemos los viejos lienzos. Recicla si algo te queda.

Si el prócer nos ha apeado del autobús haciéndonos pagar el precio más alto del Estado por el billete sencillo y se ha cepillado –no había pasado ni un mes desde que agarró la vara de mando–el carril bici que funcionaba y era más utilizado que ese remedo que han hecho en la trastienda de las Avenidas, si se ha saltado a la torera sus palabras y promesas electorales subiendo la carga fiscal de nuestros ya decrépitos bolsillos, si se ha puesto a tirar líneas haciendo un semiurbanismo a la carta en Blanquerna, si tardó en presentarse en Son Gotleu tras los disturbios por la muerte no aclarada de un nigeriano, disturbios que fueron portada de telediarios y periódicos nacionales, pese a pedírselo el cuerpo, según sus propias palabras, y al final se persona sin luz y taquígrafos salvo sus tribuletes. ¿No es lógico considerar que la ciudadanía tiene motivos probados para montarle un Fuenteovejuna a Isern?

Tenemos un alcalde que muchos han votado y le han dado la mayoría en Cort –no lo olvidemos, no debemos, no podemos– que se erige en guardián de las esencias y deja en boca de Julio Martínez el verbo feo para quedarse él la filigrana del adjetivo. Pero él no debe olvidar, tampoco puede ni debe, que los de a pie son soberanos de su pensamiento y que pueden volver a redecorar la ciudad si se sienten amenazados por quien un día les dijo que les iba a proteger.

Quizá esa pancarta en un balcón en el corazón de Palma sea sólo un despiste de alguien que se fue y dejó colgado su ´no a la guerra´ porque es un grito eterno que muchos olvidan cuando llegan al poder, pero quizá también es un aviso a navegantes de alguien que volverá a redecorar la ciudad.