Si los únicos argumentos que Cort encuentra para no derribar Gesa son de carácter económico, quizá lo que habría que demoler con carácter de urgencia es la concejalía de Urbanismo, incapaz de reconocer a estas alturas que el edificio más moderno de toda la fachada marítima, del Portitxol al inicio del Parc de la Mar, se construyó hace ya más de cuarenta años. Por suerte, su autor, Josep Ferragut, no necesita ya quien lo defienda de los intentos por silenciar su nombre y legado. Lo han hecho la calidad de su propia obra y sobre todo el paso del tiempo, por encima de prejuicios y visiones provincianas, sin más ayudas, sin innecesarias reivindicaciones institucionales o profesionales. Cuanto más se construye en la ciudad, más digna parece la obra del arquitecto, más lúcida su mirada sobre Palma, más atrevidas las aportaciones que introdujo en la isla a partir de los nuevos lenguajes que empezaban a adaptarse tímidamente en los últimos años del franquismo. He escuchado las reflexiones sobre la ciudad que realizó el arquitecto en 1960 en un documento audiovisual que guarda la familia. Es el testimonio de un hombre al que nada deja indiferente, que escruta los cambios urbanísticos con mirada crítica, que conoce la historia y la tradición, que lamenta con fina ironía el inmovilismo social. Tras contemplar a través de sus ojos aquella sociedad que apenas despertaba al turismo, los edificios de Ferragut, desde Gesa hasta las iglesias de La Porciúncula o Sant Agustí, tan alabados en las recientes recopilaciones de arquitectura contemporánea, parecen adelantados a su tiempo. Pero no lo son. Llegaban a Mallorca con notable retraso. Era la sociedad la que todavía estaba anclada en un pasado negro e inmóvil del que a veces parece que aún no ha salido del todo. Porque si no fuera por la crisis, este Ayuntamiento demolería Gesa como hizo con el carril bici. Aunque en esta ocasión para exhibir un trofeo de caza mayor.