A los siete años, Maria Fullana se trasladó de Campos a Palma, bueno, al hotel Ciudad Jardín, adquirido por su padrino, Magín Fullana, en los años 40. El establecimiento, que a ella siendo una niña le pareció "un castillo", es el más antiguo de Palma que continúa en pie. Es la estampa que muchos de ciudad conservan de una época en la que el turismo de masas era algo que sucedía fuera del contorno insular.

Este año el establecimiento celebra su noventa aniversario. Aquella niña sigue al pie del cañón, ya un poco más relajada, porque el "barco" –así lo definían ella y su marido, Gabriel Martorell, por la envergadura que suponía este negocio hotelero– lo conducen su hija Gabriela y su yerno Miquel Àngel Prohens. Se sonroja al ser señalada como pionera del turismo en Mallorca. Maria Fullana puso una pica en un territorio eminentemente masculino: el hotelero. "Me he movido en un mundo de hombres, pero me he hecho respetar", asegura.

Mantiene un porte elegante y no descuida ni un detalle en su aliño indumentario. Sus clientes la creían francesa. Suma recuerdos y atesora páginas no escritas de la intrahistoria de la hostelería de ciudad, cuando conceptos como industria turística, hoteles boutique o el servicio todo incluido no existían. "Yo aprendí todo de mi padrino. Aprendí el día a día, el llevar el trabajo sin rendirte ante los obstáculos". Si tuviera que dar un consejo, recuerda que "lo fundamental es mimar al cliente y darle un trato personalizado. ¡Ah, y conocerle por su nombre. Les encanta, claro que si son hoteles grandes, eso es imposible

Saca tiempo al tiempo y, además de ser abuela y seguir de cerca el hotel, aún es la presidenta en Mallorca de la asociación internacional Skal y de la asociación contra el cáncer de s´Arenal. "Este ritmo a mí me da vida".

—¿La ´culpa´ la tuvo su tío y padrino, Magín Fullana?

—Él le pidió a mis padres que me dejaran venir a Palma a estudiar y a vivir con ellos en el hotel. Yo era su ahijada y quería que aprendiera todo del oficio. En Ciudad Jardín en aquel momento, no había casi nada, un par de chalets, unas pensiones y otros hotelitos de temporada como el de mi padrino. Estudiaba en Palma y cogía el tranvía para llegar aquí. Fui muy feliz. Recuerdo aquellos paseos al lado del mar a las 7 de la mañana con él. Para mí vivir en este hotel era como vivir en un castillo.

—Él compró este hotel a una sociedad. ¿Fue un pionero o un iluminado?

—Fue un adelantado a su época. Viajó mucho y al adquirir este hotel tuvo una visión especial, poco común en su época, en la que el dinero era escaso. Era muy buen negociante. Extraordinario. Interesante. Guapo... ¡Que puedo decirte de alguien que fue como un padre! Fíjate que cuando me casé, me llevaron al altar mi padre y él. Mis hijos siempre lo trataron como si fuera su abuelo.

—¿Usted de pequeña quería ser hotelera?

—Sí, porque lo viví desde los siete años. Al morir mi padrino, yo tenía 27 años y para mí era como llevar un barco. ¡Era una responsabilidad enorme! En aquel momento no había más mujeres al frente de hoteles. Mi marido, que era fiscal en Barcelona, pidió excedencia y entre los dos seguimos adelante con el Ciudad Jardín.

—¿Cómo le fue en un coto tan masculino?

—Las mujeres estaban al margen. Una vez escuché decir a un hotelero muy famoso cuando me vio que las mujeres teníamos que estar en la cocina. Era la única mujer que iba a las reuniones, y claro, en aquel momento chocaba mucho, pero si te digo la verdad, no me costó hacerme respetar. Me conocían al verme con mi padrino.

—Su marido deja una carrera fiscal prometedora en Barcelona para acompañarle a usted. ¡El mundo al revés en aquellos años y en Mallorca!

—Bueno, yo trabajaba a tope, además, imagínate, con cuatro hijas y llevando el hotel. Él quería estar conmigo. Mira, te cuento una cosa: mis cuatro hijas se llaman María como primer nombre. Él me dijo que se había enamorado de una María y que ahora tenía cinco. Era una persona muy abierta.

—Y juntos abrieron en los años 60 la sala de fiestas donde actuó lo más granado del momento. ¿Cuántos bailes se echó?

—Sí, el Night Club Ciudad Jardín. Era una especie de Rosales. De la sala se encargaba más mi marido. De hecho, cuando se murió, la cerré. A mí no me gustaba tanto, aunque recuerdo aquellas verbenas semanales en la playa, en una pista de cemento con gradas y cerrada con cañizo. Ahí se celebró el primer concurso de mises de Mallorca. Lo organizó Magín Fullana. Yo era una niña y recuerdo verlas pasar, fascinada. Una vez le multaron a mi tío porque estando de moda el twist, al darle la vuelta a la chica se le veían las bragas. ¡Qué tiempos!

—¿Cómo vive los actuales en que el turismo que nos enriquece es el de ´todo incluido´?

—Nuestro hotel no ofrece ese servicio, aunque comprendo que para las familias les salga a cuenta y, a la vez, sea negativo para el sector de la restauración. Antes se hacía un turismo de plano y marcarles cruces. Ahora han viajado más, conocen otras cosas y exigen más también.

—El verano del 2011 ha batido récords de ocupación. ¿Mallorca, el paraíso, puede seguir soportando semejante presión de visitantes?

—El verano ha ido muy bien, pero también tienen menos dinero para gastar. No debemos olvidarlo. Con sentido común, yo creo que puede venir más turismo, porque sin él Mallorca no sería nada. ¡Que venga, que vengan!

—¿Los políticos mallorquines entienden de turismo?

—Una vez me pidieron que entrase en una lista electoral. Les dije que yo era hotelera, no política.

—¿La Platja de Palma debe reformarse?

—Sí, desde luego, pero con estudios hechos a conciencia. A nadie le gusta que le entren en su casa y es muy fácil trazar líneas cuando no es tu casa la que está en peligro.

—Usted enviudó a los 39 años. ¿Pensó en abandonar el ´barco´?

—Sí, en algún momento se me pasó por la cabeza. Me aconsejaron que no lo hiciera. Yo quería vender y no continuar. Ahora sé que de lo que estoy más contenta es de haber seguido adelante.

—El Ciudad Jardín estuvo cerrado muchos años. ¿Pensó que volvería a verlo abierto?

—Queríamos cambiar el hotel y convertirlo en uno de cuatro estrellas. Fue una historia larga que prefiero no recordar. Todo fueron pegas, pero al final pudimos volver a abrirlo ya reformado.

—El nuevo equipo en el Ayuntamiento quiere convertir Palma en destino turístico los 365 días al año. ¿Qué opina?

—Pues que se puede preparar bien porque si quiere conseguirlo no debemos dar una imagen de ciudad cerrada. El turismo de fin de semana quiere encontrar los negocios abiertos.

—¿El turismo ha hecho más abiertos a los mallorquines?

—No creo que los mallorquines sean especialmente cerrados, pero el turismo nos ha enseñado.