Catalina Torrents (Palma 1943) siempre ha vivido en torno a Casa Roca. Apenas había cumplido los cinco años y muchos días antes de ir al colegio se encaramaba al mostrador para tratar de despachar a los clientes. "Me acercaba y muy decididamente les preguntaba qué querían. Sin embargo, los compradores se reían y no me hacían caso", cuenta Catalina. Desde 1979 está al frente de esta emblemática papelería de sa Gerreria, que forma parte de su familia desde hace cinco generaciones.

—¿Cómo se fundó el negocio?

—Todo empezó en 1850 cuando mi tatarabuelo Francisco Roca llegó de Barcelona y decidió montar un negocio de libritos de papel de fumar y cerillas. Por aquel entonces a la tienda se la conocía como La Mistera y fue adquiriendo cierto prestigio. Poco a poco el establecimiento familiar fue creciendo y pasando de generación en generación hasta que llegó a mis manos.

— Entonces, no siempre ha sido una papelería...

—Cuando mi abuelo Domingo Torrents se puso al frente de Casa Roca pasó de ser una tienda más humilde a sumar más metros. Él compro el edificio con la idea de convertirla en unos grandes almacenes, y en 1929 se inauguró. En el establecimiento se vendían artículos de perfumería, mercería, collares de perlas, flores artificiales. Se ofrecía todo tipo de productos hasta que la papelería fue ganando territorio. Poco después se incorporó a la oferta del comercio los artículos de fiesta. El local se conserva tal y como estaba en el 29 aunque antes la planta sótano era un almacén donde las dependientas iban a buscar lo que los clientes necesitaban. Sin embargo, con la proliferación de fiestas decidimos destinar dicha planta para vender los productos festivos. Evolucionamos sobre lo que el mercado nos pide.

—¿Tendremos Casa Roca para rato?

—Se ve que ser la quinta generación de papeleros debe ser algo especial sino ya me hubiera retirado. Creo que mis tres hijos, aunque tengan sus trabajos, le darán continuidad al negocio familiar. Siempre que los necesito me ayudan. Tienen buenas ideas y soy consciente de que la juventud trae innovaciones, y eso es bueno para una empresa.

—¿Qué hay que hacer con la competencia?

—Si no puedes con tu enemigo únete a él. No puedo luchar contra las grandes superficies. El Corte Inglés por una parte me hace competencia pero por otra yo estoy más especializada con la diversidad del producto. Y esto es mi lucha contra él. Ellos venden todo en blisters, en cambio yo ofrezco el producto en unidades. Aquí se puede comprar desde una blonda suelta hasta una ficha de ajedrez o del parchís. Pero, en cuanto a los horarios, siempre ganarán la batalla.

—¿El pequeño comercio está en peligro de extinción?

—Se me rompe el corazón cuando una casa antigua cierra pero todo tiene sus motivos y su precio. Tienes que tener vocación y la debes querer mucho. La tienda forma parte de mí y de mi familia, por eso la quiero y procuro llevarla lo mejor que puedo. Creo que algunos de los motivos del cierre de estos negocios son la crisis, la desaparición de las rentas antiguas en el 2014 o la cuestión de la sucesión familiar. Muchas veces los hijos no quieren continuar con el negocio y prefieren venderlo tras la jubilación de sus padres. Por último, habría que apuntar las ofertas que hacen las grandes cadenas a los comerciantes para quedarse con el local.

—¿Si se mejoraran los horarios podrían sobrevivir?

—Para muchos negocios es díficil poder abrir más horas. Tienes que plantearte si te compensa abrir un festivo que sabes que vas hacer poca caja. La clave es ofrecer un trato personalizado al cliente y sobre todo la especialización para que en tu tienda encuentren cosas que en otro sitio no tienen. Aquí procuramos ofrecer facilidades a nuestros compradores como ayudarles a llevar sus compras hasta el coche si van muy cargados, ofrecerles un tique para el aparcamiento o incluso si no disponemos de un producto que nos solicitan lo encargamos.

—¿Cómo ha vivido la degradación de sa Gerreria?

—He vivido aquí toda la vida y cuando era pequeña el barrio era una zona de gremios. Pero, con el proyecto de reforma conocido como Alomar, que preveía la demolición integral del barrio, los propietarios de las casas se fueron y sa Gerreria se fue degradando poco a poco hasta la llegada de las drogas y otros problemas. La gente tenía miedo de entrar al barrio y mi clientela bajó. Todavía recuerdo señoras que venían a las siete de la tarde acompañadas por sus maridos por temor a ser atracadas. Sin embargo, se rehabilitó la zona y ahora hay más alegría y se vive mejor.

—¿La Ruta Martiana se sale de madre?

—A la ruta le ha pasado lo mismo que al15-M. Hay gente que tiene reivindicaciones legítimas pero se les ha colado gente que no es pacífica. En cambio a la ruta se les ha introducido el botellón. Conozco varios empresarios y tienen voluntad porque cierran cuando toca. Soy consciente de que no se puede evitar que un señor hable en la calle. Es un barrio antiguo y en las casas se escucha todo. Tiene que haber buena voluntad para que esto se arregle.