En el año 2007 tuvimos ocasión de recordar en esta sección de Crónicas de Antaño la gesta de D. Pedro Caro, marqués de la Romana, en tierras danesas y su posterior regreso a la Península Ibérica, en el marco del inicio de la Guerra de la Independencia. Ahora, en 2011, se cumplen doscientos años de la muerte de este insigne militar mallorquín que gastó toda su vida al servicio de España. Tras su muerte un cronista de la guerra dejó escrito: "El marqués de la Romana vivirá eternamente en el corazón de los soldados del 5º Ejército y de todos los españoles; su muerte hizo derramar lágrimas a nuestros aliados y a cuantos han tenido la fortuna de conocer su singular mérito".

D. Pedro Caro Sureda murió el 23 de enero de 1811, cuando se encontraba en el cuartel general de Cartaxo, en Portugal. En aquellos momentos, este ilustre mallorquín ocupaba el cargo de Capitán General de los Reales Ejércitos y jefe del 5º Ejército en campaña. A los dos días de su muerte compareció en Cartaxo Lord Wellington, en prueba del aprecio que profesaba al noble mallorquín. Esa misma tarde los restos mortales fueron conducidos en un carro de artillería tirado por ocho caballos al puerto de Valada, para desde allí dirigirse en barco hasta Lisboa. Durante el trayecto fue flanqueado por Wellington y otros generales británicos. Esa estampa, por lo menos, puede considerarse sorprendente si recordamos que seis años antes británicos y españoles se habían enfrentado cruentamente en batallas como la de Trafalgar. En el momento del embarque se formó la tropa que le hizo los honores al estilo inglés, poniendo las dos manos sobre la culata del fusil e inclinando la cabeza sobre ellas.

Día 27 de enero, una vez embalsamado el cadáver, se trasladó el féretro a la playa de Belén en una falúa con la bandera española a media asta. Desde el muelle fue conducido el cadáver al monasterio de Belén. Por la excepcionalidad del acto vale la pena repasar una parte importante de la comitiva. Ésta, estaba formada, entre otros, por: un piquete de carabineros reales como batidores, un escuadrón de caballería portuguesa, piquetes de caballería inglesa, un batallón de infantería del mismo reino, música militar, los caballos propios del general difunto enlutados, doce lacayos con hachas, el féretro, el cuerpo diplomático de España e Inglaterra, el marqués de Coupingni, el almirante Berkeley, oficialidad española, inglesa y portuguesa, y dos coches de la Casa Real que cerraban la comitiva. Durante el trayecto se pudo ver formadas las tropas inglesas y portuguesas, y el cuerpo del comercio, los que, con doce piezas de artillería, hicieron los honores correspondientes.

Al cabo de un mes las Cortes Generales y Extraordinarias, "deseando dar un testimonio público que honre la memoria del difunto general Marqués de la Romana, manifestar lo grato que han sido a la nación sus heroicos servicios, virtudes y patriotismo", decretaron y resolvieron que otorgarle todos los honores correspondientes al grado de Capital General, tanto en las plazas por dónde transcurriese su féretro como en Palma, punto de destino y lugar de entierro. También ordenó que en su sepultura se impusiese la siguiente inscripción: "La Patria reconocida. Así lo decretaron las Cortes generales y extraordinarias. En Cádiz a 8 de marzo de 1811".

El 31 de mayo llegaba a Palma, desde Tarragona, el cadáver del marqués. Llegó a bordo de la fragata Prueba de la Real Armada, la cual estaba al mando del capitán Pedro Barcáiztegui. La fragata venía cargada de pasajeros que huían de los estragos de la guerra en la Península y curiosamente, entre los pasajeros se encontraban veintidós prisioneros franceses que tenían como destino el castillo de Bellver, convertido una vez más en prisión. Los restos mortales tuvieron que pasar cuatro días en la Cuarentena, pues uno de los tripulantes había fallecido durante el trayecto.

Día 4 de junio el cadáver de Caro Sureda fue trasladado a su casa —ubicada allá dónde se cruzan las calles de Sant Feliu, de la Pau y la del Vi—. Para ello se organizó una comitiva fúnebre en que participó no solamente toda Palma, sino muchos refugiados peninsulares, pues tal como afirmó en su época el cronista José Barberí, Palma "parece como una pequeña Corte o una segunda Cádiz". Antes de empezar la procesión se tiraron treinta cañonazos. Para entender la magnitud de este acontecimiento extraordinario vale la pena recordar lo que dejó escrito José María Bover: "Concurrió tanto gentío que fue un horror; en su casa fue puesto el cadáver bajo de un toldo encarnado con seis banderas del Regimiento de Milicias, del de Cuesta, y de la Quarte; a los ángulos las armas de S. E. [los escudos del marqués], por el contorno centinelas, en la sala altares diciendo misa, y un piquete de soldados para contener la babilonia de la gente, pues a la 1 de la noche aún estaba lleno". Si toda esta parafernalia se montó sólo para trasladar el cadáver a su casa imagínese el lector como debieron ser los funerales en la Catedral y en el convento de Santo Domingo. En el convento dominico, dónde fue enterrado, se levantó un magnífico túmulo ideado por el escultor de cámara del rey, José Antonio Folch, y pintado por Francisco Planella. Ese mismo escultor realizó un mausoleo para el marqués de la Romana en la capilla de los Suredas, en Santo Domingo (hoy conservado en la Catedral), el cual fue, y sigue siendo elogiado, por su buena traza "en que la escultura ha agotado sus primores". D. Pedro Caro Sureda, fue proclamado hijo ilustre de Mallorca. Su familia regaló al Ayuntamiento un magnífico retrato del general, obra de Vicente López, que por desgracia desapareció en 1894, tras el incendio de las Casas Consistoriales.